Al gusto

No podemos evadir el tema de las elecciones de este año, aunque estemos a más de 150 días de distancia, y el panorama sea todo, menos claro. En teoría, las candidaturas presidenciales están prácticamente definidas, y las de varios estados se estarán resolviendo en estos días, pero esta columna considera que la información que hoy tenemos es insuficiente para imaginar con cierta definición lo que ocurrirá a partir de abril.

Las encuestas que se levantan en estos días tienen el problema de que los candidatos no tienen el mismo nivel de conocimiento, de forma que las intenciones de voto no creo que sirvan para nada. O peor, sirven para que el candidato más conocido, que hoy tendría “99% de probabilidad de ganar”, pueda después, cuando no gane, argüir fraude. Aunque sé que es inútil, conviene insistir: lo que hoy dicen las encuestas no tiene mucha relación con lo que ocurrirá en julio.

Puesto que esas mediciones no son útiles por el momento, una aproximación tal vez más útil es identificar el “voto duro”, es decir, los votantes que no van a cambiar de opinión y desde siempre apoyan al mismo partido o candidato. Con esa idea comenté con usted hace algunas semanas la dificultad que creo que tiene López Obrador para superar su votación tradicional de 15 millones de personas. Es una cantidad impresionante, pero no parece que alcance para ganar. En 2006, esos votos representaron 36% del total; en 2012, 32%. En esta ocasión, dependiendo de la participación, serán entre 26 y 28%, y con eso no alcanza en un escenario de tres candidatos fuertes. Las mismas encuestas que hoy no son muy útiles apuntan que los independientes alcanzarían cerca de 15% entre todos. Tal vez en ese caso el 28% quede cerca.

Con los otros candidatos no es fácil hacer este análisis. El “voto duro” del PRI dicen que está por ahí del 18% (eso percibe Luis Rubio, por ejemplo), o un poco más ya contando sus aliados. Pero en las elecciones de este siglo, la menor votación que ha recibido ese partido fue de 23%, con Roberto Madrazo. Las más altas, en elecciones intermedias, han superado el 40%. No sabemos si José Antonio Meade ha logrado ya consolidar su candidatura y mantener ese voto duro y sumar el de simpatizantes adicionales. Pero no lo sabremos, aunque sea en estimación, sino después de semana santa.

El otro caso es aún más complicado. Ricardo Anaya es candidato de una alianza que nunca ha competido por la Presidencia. Si sumar los votos sirviese, el rango en que han estado los partidos de la coalición (sin contar las ocasiones en que AMLO fue candidato de la izquierda), va de 40 a 55%. Incluso considerando tendencia descendente, la suma más baja para esta coalición supera el 36%.

Así que hoy puede usted afianzar su preferencia sin dificultad. Si su candidato es López Obrador, insista en que las encuestas son atinadas, y él va en claro primer lugar. Si prefiere a Meade, sostenga que lo importante es la maquinaria, que le ha permitido al PRI ser la mayor fuerza en las últimas tres elecciones federales. Si quiere que gane Anaya, nada más sume los votos de los candidatos que lo postulan, y le alcanza incluso para pronosticar mayoría en ambas cámaras.

Al final, dos de las tres afirmaciones resultarán equivocadas. O las tres, si ocurriese el milagro de los independientes, que sí se ve muy difícil. Lo mejor que se puede hacer, por el momento, es no hacer demasiado caso a los candidatos y atender más lo que ocurre a nivel local. Eso será determinante.

Profesor de la Escuela de Gobierno, Tec de Monterrey.