¿A quién le importan los adultos mayores?

En la víspera del año nuevo, muchos hacen grandes planes y redactan largas listas de promesas. No obstante, para algunos, el futuro es desolador.

Este miércoles, en su editorial, el periódico El Universal evidenció a los miles de ancianos que día con día realizan labores que no son propias para su edad; los que siguen trabajando largas jornadas para mantener no sólo a sus hijos sino a los nietos; los que a pesar de los padecimientos crónicos y la fatiga salen a las calles a vender productos, a buscar trabajo o a pedir limosna.

Y es que en México –como publicó El Universal–, no existe una infraestructura adecuada para acoger a los adultos mayores. Algunos no ahorraron lo suficiente en su juventud, otros arrastran deudas o responsabilidades familiares y, en su mayoría, deben vivir una vida que no corresponde a su edad ni a sus capacidades físicas.

El Diario publicó que 7.4 millones de hogares en el país cuentan –al menos– con una persona de más de 60 años. En el 90 por ciento de los casos, los abuelitos contribuyen con alguna actividad al hogar: desde labores domésticas hasta servir como el sostén económico de la familia.

Sin embargo, lo realmente grave es que de los 4.5 millones de ancianos que forman parte de la población económicamente activa, un 26 por ciento gana menos de un salario mínimo y el 13 por ciento no percibe ingresos.

Por eso insistimos: en México, envejecer puede convertirse en un verdadero infierno.

Para muestra de lo anterior, basta conocer la historia de Laura Cantú, una mujer de 91 años que murió en las calles del centro de la Ciudad de México.

Durante más de un año, la señora Cantú –ciega y con problemas severos de movilidad–, vivió en una banca del Barrio Chino.

A pesar del frío, de las lluvias y de las altas temperaturas, Laura Cantú permaneció inmóvil en el Parque Santos Degollado de la delegación Cuauhtémoc.

Pero eso no es lo más grave. Lo que realmente alarma es que Laura Cantú vivió un año a la intemperie a pesar de que la banca en que permaneció –y eventualmente murió–, se encuentra frente a la entrada posterior de la secretaría de Relaciones Exteriores. Laura Cantú falleció a pesar de que a unos pasos se encuentran los Juzgado familiares. Laura Cantú se extinguió ante la mirada indiferente de quienes laboran en la oficina de la subprocuraduría de Derechos Humanos de la PGR, que se localiza a dos cuadras de su banca.

Debiera ser un escándalo que una vida humana se pierda frente a la apatía e indolencia de los miles circulan por la Avenida Independencia todos los días. Y es que cada día, frente a la banca de Laura Cantú pasaron servidores públicos, estudiantes, activistas, vecinos, turistas, policías… y nadie hizo algo por ayudarla.

Cierto, hubo algunos que le regalaron ropa y le dieron comida. No obstante, durante un año, la señora Laura Cantú vivió en una banca y no hubo alguna autoridad que la llevara a un refugio, no hubo algún vecino que hiciera algo más por ella; no hubo alguien a quien realmente le importara.

Tras la muerte de Laura Cantú –la mañana del miércoles 30 de diciembre–, la autoridad no demoró en limpiar y desinfectar la zona. De hecho, a las pocas horas, la que fuera su banca estaba ocupada por turistas que ignoraban la historia de terror que se escribió en ese espacio durante un año. No obstante, esta atención no llegó cuando Laura Cantú seguía con vida.

Envejecer en México puede ser un infierno. Envejecer en las calles de México es un doloroso y triste final que nadie merece.

Hoy, muchos otros ancianos viven y duermen en las calles. En este momento, otras historias –como la de Laura Cantú–, se escriben en las calles del Distrito Federal. Hoy, otras dependencias de gobierno, otros servidores públicos y otros vecinos son apáticos ante la tragedia ajena.

Mañana, seguramente, sabremos de otra vida que se apaga. Mañana, seguramente, sabremos de otras y otros como Laura Cantú.