AMLO, un discurso de izquierda con proyecto de derecha: José Fernández Santillán

Los diversos cambios en el mundo, en el que los gobiernos de derecha están siendo derrotados por gobiernos de izquierda, no es más que el fin del ciclo del neoliberalismo, pues si sitio está siendo desplazado por las nuevas líneas políticas económicas que buscan reivindicar el papel del Estado en la economía, sin que esto signifique el retorno al viejo asistencialismo.   

Así describe el politólogo mexicano José Fernández Santillán, el motivo por el cual se han presentado los cambios de gobierno de derecha a izquierda en el mundo. En su columna titulada: “Del Estado mínimo al Estado Ultramínimo”, publicada en el diario La Crónica.

Recordemos que en México la cantaleta de los tecnócratas neoliberales desde que tomaron el poder con Carlos Salinas de Gortari (1988) fue que el Estado benefactor, creado por la Revolución mexicana, había llevado al país a la debacle con índices inflacionarios de tres dígitos, crisis en las finanzas públicas, la presencia de un Estado obeso e ineficiente, burocratismo, corrupción, paternalismo y proteccionismo.

Todos los males del país se le achacaron a ese Estado asistencial sin reconocer que ese Estado también encaminó a México por la senda civilizatoria: su formación hizo desaparecer el caudillismo; incorporó a las masas sociales a la política, cosa que el Porfiriato jamás permitió (el Porfiriato fue un régimen oligárquico al que tuvo acceso tan sólo una élite de familias acaudaladas).

El Estado posrrevolucionario, criticado por los tecnócratas, institucionalizó al país; vale decir, abandonó la política personalista e implantó un sistema legal racional. A diferencia de muchos países latinoamericanos en donde privó la inestabilidad, aquí en México hubo una continuidad en la sucesión presidencial: ningún mandatario logró alargar su administración (aunque algunos lo intentaron) más allá de un sexenio.

Ese Estado nacionalista fue al mismo tiempo grande y fuerte: logró garantizar durante siete décadas la estabilidad política y la paz social. El gobierno mexicano creó cerca de 2 mil 500 organismos descentralizados y empresas de participación estatal. Entre ellos Pemex, CFE, IMSS, ISSSTE, Conacyt, Infonavit y Bancomex.

Con Salinas de Gortari, los tecnócratas llegaron con la espada desenvainada para aplicar la ortodoxia neoliberal cuyo primer mandamiento fue implantar el Estado mínimo según lo ordena la Biblia de esa doctrina, o sea, el libro de Robert Nozick, Anarquía, Estado y Utopía (Anarchy, State and Utopia, Basic Books, 1974). Desmantelar el Estado asistencial (Welfare State, Étate Providence) con base en las privatizaciones; drásticos recortes al gasto público; despidos masivos de trabajadores al servicio del Estado, y la apertura comercial como respuesta a la globalización. El Estado es el problema, el mercado es la solución.

A nivel internacional se trató de la “revolución conservadora” encabezada por Ronald Reagan y Margaret Thatcher, la cual abandonó la idea de que el Estado tenía que hacerse cargo de resolver los problemas sociales. Al contrario, había que ayudar a quienes sí saben hacer dinero para que éste, por goteo (trickle down) se trasmine hacia las capas medias y bajas de la población. Cosa que nunca sucedió.

Los conservadores fueron muy hábiles al manipular a los electores y venderles la idea de que el modelo neoliberal traería la solución a los problemas causados por el Estado asistencial. La derecha tomó el poder ante el desgaste del asistencialismo.

En México, el modelo neoliberal fue aplicado de continuo, es decir, sin importar la alternancia. Los panistas Vicente Fox (2000-2006) y Felipe Calderón (2006-2012) siguieron imponiendo el canon del Estado mínimo. Así también el priista Enrique Peña Nieto (2012-2018).

Los estragos de ese modelo están a la vista: mitad de la población en la pobreza, mientras que un puñado de magnates concentran la mayor parte de la riqueza nacional. Simplemente, la tecnocracia nos llevó a la desgracia.

Si algo explica la aplastante victoria de AMLO es el hartazgo de la gente frente a esa política económica. Por deducción lógica se pensaría que el tabasqueño retomaría el papel promotor del Estado; pero he aquí la gran sorpresa: en vez de que López Obrador reconozca la inviabilidad del modelo del Estado mínimo, ha anunciado con bombos y platillos que va a aplicar “la austeridad republicana” que no es otra cosa más que el neoliberalismo reforzado (reloaded): despido del 70 por ciento del personal de confianza; reducción de los salarios de los funcionarios públicos; achicamiento de las secretarías de Estado y organismos descentralizados; recortes al gasto público. O sea, salió más papista que el Papa. Quiere implantar el Estado ultramínimo (del que también habló Robert Nozick). Su verborrea es de izquierda, pero su proyecto es de derecha.

Así ¿cómo se pueden llevar a cabo las dos funciones básicas de cualquier Estado bien constituido? garantizar el orden público e impulsar el desarrollo económico y social.

Con su elección en vez de dar un paso adelante dimos dos pasos atrás.

Estamos ante un neoporfirismo: la desinstitucionalización del poder público para dar paso al poder personal.