¡Arranca la guerra en el PAN!

En muchas ocasiones hemos dicho que el primer instrumento que debe tener bajo control todo aspirante presidencial es el partido por el que piensa competir.

Ese fue el primer paso de Manuel Clouthier, Diego Fernández y Vicente Fox, para lograr la candidatura presidencial. La excepción es Felipe Calderón, quien ganó la nominación contra la voluntad presidencial y del jefe partidista.

Pero existen otros caminos, como el de Roberto Madrazo, quien asaltó al PRI –mediante las peores artes–, y luego movió los hilos para adueñarse de la candidatura presidencial. Sobra decir que perdió.

Hoy, en el PAN –como saben–, el jefe del partido se llama Ricardo Anaya, quien pregona recio y quedito su aspiración presidencial. Y, en efecto, tiene ganada la primera batalla; es jefe del PAN; cargo que ostentará hasta 2018, claro, si no es que antes se convierte en candidato presidencial.

Aún así, de no conseguir la nominación, Anaya puede reelegirse por tres años más, con lo cual se convertiría en presidente del PAN transexenal. Pero esos son cálculos a futuro.

En el presente, el siguiente paso de Anaya rumbo a 2018–y un paso significativos–, es designar a un leal para que ocupe la presidencia de la mesa directiva de la Cámara de Diputados, que por reglamento corresponde al PAN de septiembre de 2016 a septiembre de 2017.

¿Y por qué es importante esa posición?

Porque, en los hechos, presidir la mesa directiva de los diputados es alcanzar una posición casi de par con el presidente de la República; es más influyente que jefe de un partido y más que un secretario de Estado. Permite la posibilidad de negociar, de tu a tu, con el jefe del Ejecutivo y con el líder de la Suprema Corte. Esa posición, precisamente, es la que encumbro a Anaya.

Pero en tiempos de sucesión presidencial, ese puesto es oro molido. Y la razón es elemental; desde la jefatura de los diputados se pueden congelar, acelerar, negociar, enrocar, cambiar o tirar las iniciativas de cualquier partido, sobre todo las del PRI. Es una palanca de poder capaz de vencer a un presidente.

Por eso la pregunta. ¿Quién será el elegido por Ricardo Anaya?

Tiene que ser un leal a toda prueba. Nunca alguien como el propio Anaya, quien traicionó a su mentor, Gustavo Madero, mediante el grosero parricidio político. Y hoy, casualmente, el diputado Madero –y sus casi 30 diputados–, salta y alza la mano, la voz y casi suplica por presidir la mesa directiva de los diputados. Y hasta amaga con una rebelión.

Pero su pupilo “ni lo ve ni lo escucha”. ¿Y por qué el desdén de Anaya hacia Madero? Porque el jefe del PAN sabe de venganzas políticas. Acaso por ello, Madero acudió a lamer las heridas a Puebla, en busca de futuro político, bajo el ala de Rafael Moreno Valle.

También aparece como posible el “operador” de Moreno Valle, de nombre Eukid Castañón, diputado a quien Anaya empujó a las fieras porque, dicen, “nadie lo quiere”. Le sigue el capitalino Federico Dóring, quien no llegará porque darle esa posición sería como convertirlo en candidato del PAN al GDF, con la revuelta asegurada.

En los afectos de Anaya está Javier Bolaños, diputado que presume ser Yunque, pero que nadie lo reconoce como tal. Sus pecados son su cercanía con el pillo que gobernó Morelos, por el PAN, Sergio Estrada Cajigal, además de que lo motejan como “El Mago”; en Morelos desapareció 200 millones de pesos, sin dejar huella.

Y como “en tiempos de vacas flacas, los becerros son el pan”, muchos en el PAN voltean a ver a Jorge Triana, leal a Anaya, del grupo de su nuevo mentor, Santiago Creel y diputado sin cola que le pisen y presidente de la influyente Comisión de Régimen Reglamento y Práctica Parlamentaria.

¡La batalla azul arrancó!

Al tiempo.