CANDIDATOS: ¿Y LA SALUD FÍSICA Y METAL?

Ante la cercanía de la elección abundan los ciudadanos preocupados por la honestidad, transparencia y las posibles pillerías de los aspirantes que veremos en la boleta presidencial. 

Por eso, el candidato José Antonio Meade subió el listón de honestidad con el “7de7”; reto impensable e imposible de cumplir por Ricardo Anaya y Andrés Manuel López Obrador quienes, por eso, lo desestimaron. 

Sin embargo, en la contienda gravitan dos variables poco atendidas y nunca respondidas por partidos y candidatos; la salud física y mental de los aspirantes presideciales. 

¿Los candidatos están capacitados, física y mentalmente, para ejercer el poder presidencial? ¿Tienen problemas de salud física? ¿Tienen padecientos mentales? ¿Son medicados? ¿Qué medicina utilizan? ¿Alguien sabe si tal o cual medicamento altera sus facultades mentales? ¿Qué institución sería responsable de una evaluación de las facultades físicas y mentales de los presidenciables? 

¿Se debe atender como alteración menetal la recurrencia al engaño y la mentira de algunos presidenciables? ¿La mitomanía es enfermedad mental? ¿Cuántos de los candidatos son mitomanos? ¿Quiénes son? ¿Está capacitado un mitómano para asumir el timón del Poder Ejecutivo? 

Las interrogantes se pueden extender al infinito. Pero no existen respuestas. ¿Por qué? Porque la legislación mexicana no está preparada y menos interesada en atender una potencial bomba de tiempo como la salud física o mental de un candidato y luego presidente. 

Pero antes de buscar respuestas, primero debemos atender un conflicto de ética periodística. ¿En el caso de la salud física y mental, periodistas y medios tienen (tenemos) derecho a invadir la vida privada de los aspitantes presidenciables y, en su caso, del presidente? 

La vida privada y el evitar daño a terceros son derechos constitucionales de todo ciudadano. Sin embargo, en el caso de un servidor público –del presidente–, el interés público prevalece sobre el derecho a la intimidad, sobre todo cuando se trata de una enfermedad que limita, altera o interfiera en la toma de desiciones de un presidente o mandatario. 

En rigor, un servidor público es “un bien publico”. Por tanto, el potencial daño a ese bien público –por enfermedad–, debe ser publicitado para el conocidmiento del ciudadano que, en una democracia representativa como la mexicana –y en el caso del presidente–, es el mandante del mandatario. 

De esa manera, difundir la enfermedad física o mental de un candidato o, en su caso, del presidente –así como las implicaciones en su desempeño–, no son un derecho periodístico o mediático, sino una exigencia social. Es decir, el interés público prevalece sobre el derecho a la privacidad de aquel ciudadano que se desempeña como candidato o presidente. 

Así pues, tenemos derecho a preguntar si el infarto que llevó a urgencias de un caro hospital privado a Andrés Manuel López Obrador, repercute o repercutirá en su desempeño como candidato y potencial presidente. Tenemos derecho a saber si toma medicamentos, qué medicamentos y si esos fármacos afectan su equlibrio emocional. 

Debemos saber si el vitiligo de José Antonio Meade es un impedimento fìsico o emocional para su desempeño como potencial presidente o si los medicamentos para combatirlo afectan su desempeño presente y futuro. 

En ese caso, la juventud de Ricardo Anaya sería un ventaja. Pero vale preguntar. ¿No tiene una enfermedad oculta? Lo mismo aplicaría para Margarita Zavala, cuya salud fisica y emocional parecen evidentes. 

En todo el mundo –y a lo largo de la historia–, la salud de presidentes, mandatarios, monarcas y dictadores ha sido tratada como “secreto de Estado”. Son populares las enfermeddes de Hitler, Stalin, Churchuill, Mao… y en América Latina, Fidel Castro, Cristina Fernandez de Kirchner, Hugo Chávez, Lula, Daniel Ortega, Juan Manuel Santos… 

En Estados Unidos, especialistas recomendaron una evaluación psiquiátrica a Donald Trump, luego de su disparatado comportamiento. En Ecuador, hace años, fue destituido de su cargo “el loco”, como motejaban los medios a un presidente que, al final fue diagnosticado como incapaz mental para el cargo. 

Un reconocido estudio de Jonathan Davidson, de la Duke University Medical Center, revisó la salud mental de los primeros 37 presidentes de Estados Unidos — entre 1776 y 1974–, y concluyó que la mitad enfrentó una deficiencia mental. 

Por ejemplo, a Roosevelt y Jefferson se les diagnosticó “ansiedad y desorden bipolar”, en tanto que eran depresivos copulsivos Lincoln, Pierce y Quincy Adams. 

¿Cuál es el estado físico y mental de los candidatos mexicanos? ¿Pueden con el cargo? 

Al tiempo.