¡Carga un silbato que la degolladora anda suelta..!

A propósito del mito de la Degolladora, en redes sociales circula esta parodia…

Pero eso no es todo, además de la parodia, el portal Letra Roja publicó esta ficción sobre el caso:

Por si aparece o no, carga un silbato que la Degolladora anda suelta

La historia la intrigaba. Le daba risa, pero también miedo. ¿La Degolladora? Todo sonaba a invento. No podía creerse que a alguien, una mujer, de la nada, le diera por tomar el cuchillo y degollar al cristiano que se le pusiera enfrente.

María -que así se llamaba- había llegado a Chimalhuacán hacía más años de los que se acordaba. Cuando el lago todavía era lago y las calles no eran más que ensayo. Tenía cincuenta y pico años y así lo decía a quien lo preguntara. Prefería no decir que estaba ya más cerca de los sesenta, pero tampoco quería mentir. “Cincuenta y pico” era la respuesta que satisfacía a todos y hasta a la verdad, aunque fuera a medias.

En esos años, María había aprendido a no creerlo todo… y tampoco a negarlo; sino a buscar un sano punto medio en el que no la tomaran por ingenua, pero tampoco por descreída.

En su pueblo, cuando niña, nunca creyó en La Llorona, pero evitaba salir a medianoche. Tampoco se tragaba el cuento de las brujas, pero no se iba al cerro después que oscurecía. Nunca. Porque ni tan tan, ni muy muy, como decía su madre.

Y ahora venían con el cuento de La Degolladora. ¿A poco no se parecía al del mentado Chupacabras? Ese animal del diablo que comió y dio de comer por igual hacía quién sabe cuántos años. ¿Diez?, ¿veinte? Ya no se acordaba. Pero lo que sí recordaba era que todos los vecinos sabían la historia de la prima de una vecina de su suegra que había visto al mentado chupacabras. Hasta en el mismo Chimalhuacán hubo gente que decía haberlo tenido en el merito techo de su casa y le había arañado la ventana. Primero atacó vacas y borregos, pero no se conformó y empezó a caerle a las personas. Un rasguño en el cuello fue evidencia de una víctima de aquel monstruo de aires legendarios. Ella nunca lo vio, pero igual dormía con un palo recio al lado de la cama y un ojo medio abierto por si los chamacos gritaban.

La Degolladora. Los vecinos habían empezado a hablar de ella desde hacía una semana y se olvidaron de los montones de secuestros y asaltos –por no hablar de los asesinados– de los que diario se sabía. Apenas dos días antes, a uno de sus hijos lo habían robado en el micro y a ella nomás se le ocurrió decirle que qué bueno que no había sido “La Degolladora”. Ya nadie les hacía caso a los muertos que no tenían una rajada en el cuello, con todo y que eran los más. Todo mundo se olvidó de ésos. De momento, se volvieron muertos de segunda a los que ni el gobierno y ni vecinos dedicaban tiempo.

La moda era otra. Era La Degolladora. María había revisado en Internet, con su celular, y resultó que el primer degollado fue el 14 de septiembre. Había videos y todo de los rajados. Se oían muchas cosas. Los sobrevivientes decían que era una mujer. No, que era una joven y que nomás mataba mujeres. Luego se supo que no, que La Degolladora no discriminaba y que lo mismo podía con hombres que con señoras y niños. Y no faltaba quien decía que La Degolladora era un hombre vestido de mujer y que de ahí la fuerza. Decían que andaba por la Labradores. Otros la sufrieron en la Ebanistas. También apareció en la Hojalateros. Y la Pescadores no se salvó. Pero ya se oían voces, chismes, que decían que también rondaba otras colonias. En la suya misma una vecina le dijo que una muchacha rara, medio hombruna, le había salido al paso, pero que ella le había corrido antes de que la alcanzara. Ya las comadres cargaban sus silbatos y las más entronas no salían sin palo o sin cuchillo. No había faltado la chistosa que le jugó a “Juanito y el lobo”: le llovieron mentadas por ocurrente.

Cuando una de sus comadres le ofreció un silbato, ella le dijo que no creía en eso, que se le hacían cuentos, pero igual se lo guardó en la bolsa y lo cargaba con más fe de la que tenía en su escapulario. Porque así que digamos que María era muy creyente, pues no, aunque nunca en la vida había pasado iglesia sin detenerse a la “persignada”. Y así como se daba un minuto para saludar a Dios y darle lo suyo, así mismo cargaba su silbato. No fuera a ser que la Degolladora. No fuera a ser que Dios. No fuera ser que el Diablo.

Nota: este texto es una ficción basada en los extraños ataques de una supuesta Degolladora” en Chimalhuacán. Aunque hay cámaras de vigilancia, nadie tiene imágenes de ella; aunque parece asalto, la “Degolladora” nunca roba nada; y aunque hay sobrevivientes que dan testimonio del ataque, la policía investiga y pide no caer en pánico.

Tomado de Letra Roja