Del tigre suelto a la minoría rapaz

No hay forma: la lógica política del candidato López Obrador tiene en su ADN un componente intolerante que lo traiciona o exhibe constantemente y en esa lógica política las cosas se resumen en forma sencilla: los pobres contra los ricos, y los ricos como sinónimo de corrupción y rapacidad. Ni siquiera en la indulgente entrevista de Tercer grado pudo ocultar esa vena que lo lleva a romper, polarizar y dividir.

Su enfrentamiento abierto con los empresarios esta semana pasada fue absolutamente innecesario, sin sentido. Un candidato que va, aparentemente con una cómoda ventaja a poco menos de dos meses de los comicios no tiene por qué basar su estrategia en el insulto y la amenaza. Y Andrés Manuel lo hace una y otra vez.

En la convención bancaria lanzó la amenaza de “soltar el tigre”, en la CIRT terminó acusando a los principales empresarios del país de ser una “minoría rapaz”, antes había descalificado a Carlos Slim por defender la construcción del Nuevo Aeropuerto capitalino, un proyecto que rechaza el candidato de Morena como una suerte de revancha o espada de Damocles contra los numerosos e importantes grupos empresariales que allí participan, incluido, por supuesto, el propio Slimque tanto lo ayudó en el pasado.

El enfrentamiento con el Consejo Mexicano de Negocios es un sinsentido absoluto. Insultos y agresiones porque se supone que un grupo de empresarios se reunió con alguien para ver si apoyaban a un candidato que no fuera López Obrador. Olvidemos por un momento que el propio López Obrador lo hace constantemente y que de allí ha recibido financiamiento y apoyo, incluyendo a personajes que no aparecen públicamente en la órbita de Andrés Manuel. Olvidemos que nunca ha demostrado la existencia de esa reunión, pero no olvidemos que, si existiera, sería absolutamente legal y legítima. Tiene tanto derecho cualquier empresario, y cualquier ciudadano en general, de reunirse con quien quiera para buscar los respaldos y apoyos que le quiera dar a un candidato presidencial. Acusar a quienes, supuestamente, ejercieron un simple derecho político de corruptos y rapaces por hacerlo es impensable.

Lo hace porque lo cree y porque de esa forma considera que vacuna, impide, movimientos en su contra. No le importan los fraudes o complots (esa foto de Andrés Manuel del brazo de Manuel Espino y Germán Martínez debería ser un capítulo de la historia universal de la infamia, los tres son, entre sí, enemigos íntimos desde el 2006), lo que sucede es que sabe que su mayoría no es tal. Representa a poco más de un tercio de los electores, lo que alcanza para ganar, pero sólo en un ambiente de división. Si existen opciones homogéneas en su contra se le dificultará ganar o después gobernar.

Por eso, cuando quiere moderar su posición lo hace a medias: haré negocios con los empresarios “si son lícitos” lo que traducido quiere decir que muchos de los negocios que hacen los empresarios son ilícitos. Con un componente: el que va a decidir qué es lícito y qué no, es el propio Andrés Manuel. Por eso estas descalificaciones han ido de la mano, siempre, con una constante y simultánea al Poder Judicial, a la Suprema Corte y, por otra parte al Ejército y la Marina, que son, no nos engañemos, los principales ámbitos, las principales instituciones (incluso, más allá del Poder Legislativo) que pueden poner límites en el poder a cualquier mandatario porque actúan como un factor de cohesión institucional y social.

Es temperamento y es ideología, pero también estrategia, aunque parezca descabellada. Será también su estilo de ejercer el poder. Se trata de polarizar y dividir, dentro y fuera de sus propias fuerzas. Poner a unos en contra de otros para colocarse en un escalón superior y desde allí ejercer el poder. Es una suerte de bonapartismo que ha caracterizado a muchos políticos en el pasado, pero jamás ha sido un estilo democrático. Tiene casi siempre éxitos coyunturales, pero a la larga es una política, una forma de ejercer el poder, destructiva. Fomenta la polarización social y la división, pero también la complicidad, la ineficiencia y la corrupción. Lo vemos todos los días en Venezuela.

Ahí reside el verdadero peligro o la desconfianza que suscita López Obrador y que él mismo no quiere disipar. Podría hacerlo con sencillez y rapidez siendo contundente y claro y tendría un camino abierto hacia el primero de julio. No quiere hacerlo, siempre establece una condicionalidad, una mano extendida va acompañada de un insulto apenas disimulado, pronunciado en el lugar y el momento menos oportuno.

La vida da sorpresas, dice Rubén Blades, pero la política mucho menos. Los políticos pueden hacer muchas cosas, adoptar muchas posturas para lograr un voto, un objetivo, para ganar una elección, pero al final suelen terminar haciendo lo que siempre dijeron. El problema con Andrés Manuel no es que se mueva un poco más hacia la izquierda o hacia la derecha. Es el sentido providencial que tiene de sí mismo, el carácter fundacional que le quiere dar a su gobierno, visiones que sólo pueden avanzar dividiendo y polarizando.

POLÍTICA Y MUERTE

Otro candidato local asesinado, ahora le tocó al de Tenango del Aire, en el Estado de México, Adiel Zermann, de Morena y PES. Otro funcionario asesinado, el director de presupuestos de Capufe, en pleno Acapulco, Oscar Arenas Silva. Una familia completa secuestrada y asesinada en Celaya. Cuando el cáncer de la violencia nos carcome, es el momento menos oportuno para jugar a la división nacional.