Diciembre

Para cerrar este año, porque tomaré un par de semanas de vacaciones, permítame poner sobre la mesa un tema al que estaremos regresando durante 2019: el futuro del liberalismo.

Como usted sabe, hay la creencia general de que el liberalismo ha fracasado, y por eso el populismo ha avanzado en el mundo. Parte de esa creencia tiene que ver con definiciones muy laxas de ambos términos. De hecho, la versión siglo XX del liberalismo suele ir antepuesta de la partícula “neo” para descalificarla de entrada. Fue el hombre de paja del discurso inaugural de López Obrador, como lo había sido durante sus dos décadas de campaña. Lo es también de infinidad de opinadores, intelectuales, políticos y activistas, en todo el mundo, que utilizan la etiqueta “neoliberal” para tener un enemigo imaginario contra el cual lanzar sus utopías, siempre utopías.

Ha habido algunos intentos de defender al liberalismo, e incluso al “neoliberalismo”, en México y en el mundo. No es un asunto sencillo, porque requiere de un esfuerzo del interlocutor, que debe pensar, y recuerde que eso ni es fácil, ni es natural. En cambio, la oferta utópica sólo pide sentir.

En lugar de definir detalladamente el liberalismo, le propongo pensar en sus tres etapas: la iniciada por Locke, que racionalizó la política de Países Bajos del siglo previo justo cuando se trasladaba a Gran Bretaña, en la Revolución Gloriosa (1688). Un siglo después, esta versión sería arrollada por la Revolución Francesa y las ideas de Rousseau, promotor de una voluntad general que sigue siendo cimiento de totalitarismos. Pero buena prensa, claro que tiene. Las utopías tienen esa ventaja, le digo.

La segunda época liberal arranca justo cuando Marx y Engels anuncian el futuro comunista, y tal vez la obra de referencia sea Sobre la libertad, de J.S. Mill, publicada el mismo año que El origen de las especies, de Darwin (1859). Nada extraño, las épocas liberales suelen ir acompañadas de creación de conocimiento. La anterior, por la ilustración; la de Mill, por el positivismo; y no sé si ya tenga nombre lo que se ha hecho en los últimos 50 años. A veces le dicen cuarta revolución industrial.

El fin de esa época es el ascenso, otra vez, de utopías. Ya no románticas y naturalistas, sino plenamente estatistas: nacionalismo, fascismo, comunismo, y los grandes crímenes que los acompañaron. Me parece que podemos ubicar el inicio de la tercera época liberal justo en 1968, cuando el discurso totalitario de izquierda deja de tener éxito en las plazas públicas (aunque se refugia en la academia). Desde ahí, cinco décadas de crecimiento económico, reducción de pobreza y desigualdad, y avance de la democracia. Apenas a últimas fechas, la desigualdad creció en un par de países, Estados Unidos y China. Pero el discurso ha sido mucho más poderoso: se queda atrás la mitad de la población, se hunden los niveles de vida, el neoliberalismo es una tragedia, dicen.

Y, claro, se le pone enfrente una utopía. Ahora parece tratarse de un mundo feliz de grupos definidos por su identidad. El (neo)liberalismo se define como la ideología del hombre blanco, viejo y heterosexual, predador por naturaleza. Como de costumbre, luchar con utopías se hace imposible. Las mayorías prefieren sentir, aceptar promesas, dejarse ir. Será el choque con la realidad lo que abra nuevamente el espacio a la cuarta etapa liberal. Creo que en un par de décadas, a más tardar.

Mientras tanto, además de tratar de limitar el daño que las utopías siempre causan, hay que ir elaborando ese discurso que será necesario en unos años. Por eso, mejor me voy un par de semanas, y regreso con usted el 2 de enero. Feliz 2019, a pesar de todo.