“¿DOBLE RASERO EN EL TEMA DE LAS MUJERES?”

A la justicia se le representa con una una venda en los ojos ya que debe juzgar el hecho, sin importar quién lo comente. No importa si es pobre o rico, si es alto o chaparro, gordo o flaco, torpe o talentoso. Es el hecho el que se juzga, con sus respectivos agravantes o atenuantes.

Lo hablamos en 2009, volvimos al tema en 2018 y nuevamente en 2019. No, no es un déjà vu, más bien un síntoma de que no queremos o no podemos entender el fondo del problema. ¿Se puede separar al hombre de su obra? ¿El talento de alguien puede ponerlo encima de la ley?

El hecho, sin nombres ni apellidos, es el siguiente: En 1977 un adulto que pasaba de los 40, le dio champaña y metacualona, (sedante muy vendido en los Estados Unidos en los años 70) a una niña de 13 años a la que posteriormente sodomizó y violó. La madre de la niña lo denunció. El sujeto pasó unos días en un psiquiátrico y se declaró culpable. Sus abogados llegaron a un acuerdo extrajudicial, pero temiendo que el juez diera una sentencia ejemplar en vez de reducir la pena, decidió huir de la justicia para exiliarse en otro país. En el transcurso de los años, otras mujeres lo han acusado de abuso sexual cuando eran menores de edad. Mas de treinta años después de los hechos, en 2009 fue aprehendido para ser extraditado. Si hubiese sido cualquier mortal, diríamos que aunque tarde, se había hecho justicia, pero en este caso no fue así.

El ministro de Cultura francés, emitió un comunicado lamentando “de la forma más viva que se someta a una nueva prueba a quien ya ha sufrido tantas”, dejando además, constancia del interés de Sarkozy por su situación. Los cancilleres de Francia y Polonia solicitaron a Hillary Clinton la liberación del violador para acabar con esta historia
Intelectuales y artistas de la talla de Martin Scorsese, David Lynch, Pedro Almodóvar, Woody Allen, Jean-Jacques Annaud, Monica Bellucci, Alfonso Cuarón, Alejandro González Iñarritu, Ettore Scola, Giuseppe Tornatore, Wim Wenders, entre muchos otros, firmaron peticiones manifestando su consternación por el arresto del sujeto de entonces 76 años que se dirigía a Suiza para recibir un homenaje.

Una década después, en 2018, en la efervescencia del movimiento #MeToo, varias mujeres se manifestaron en Francia por una retrospectiva de la obra del sujeto en cuestión. Como respuesta al movimiento, artistas e intelectuales francesas firmaron un Manifiesto en contra del “puritanismo sexual” que fue publicado por el diario francés Le Monde. Las mujeres que formaron el colectivo francés, aceptaron que la violación es un crimen; pero el coqueteo insistente o torpe no lo es, ni la galantería es una agresión machista. El “manifiesto” se equivoca desde el primer párrafo al equiparar el acoso sexual que denuncia la campaña #MeToo con la seducción, por torpe que sea. El acoso no tiene NADA que ver con sexo o seducción (que se relacionan con respeto y placer) sino con el poder, violencia, agresión o sometimiento. Minimizar las agresiones sexuales dependiendo del talento de quién las comete, niega la posibilidad de justicia y, además, envía un mensaje erróneo que si eres talentoso, estás por encima de la ley.

Hay una frase, atribuida a San Agustín de Hipona que reza: “odia el pecado, ama al pecador”, separando los hechos –terribles– de quienes los cometen. El problema es que “amar” al pecador no es algo fácil o sencillo. Si aplicamos esta filosofía en el mundo del arte ¿qué debemos hacer si el creador de una magnifica pieza es una persona monstruosa? ¿Podemos separar el arte del artista? ¿Debemos hacerlo? ¿Es posible admirar el arte sin tomar en cuenta los pecados de su creador? Y quizá la más complicada ¿Qué se le debe perdonar a un gran artista?

El primer impulso es separar el arte de su creador. Y quizá así debemos hacerlo así; sin embargo, queda la duda si esta postura es congruente. ¿Podemos criticar a algunos delitos pero a la vez admirar a quienes los cometen? Quienes defienden este punto sostienen que después de todo Picasso era misógino y maltrataba a sus mujeres y Caravaggio era un matón y no podemos dejar de admirar su arte por ello. Cierto, muchos artistas son transgresores y los admiramos por ello. Pero en estos casos no estamos hablando de conceptos abstractos o relativos como la transgresión; o de personas de otra época, sino de crímenes realizados en el siglo XXI (algunos en el XX) tipificados en códigos penales alrededor del mundo, como lo es una violación a una niña de 13 años. ¿Debe estar una celebridad por encima de la ley? ¿Es tan valiosa su contribución al mundo del arte o ciencia como para ignorar la ley o la ética? ¿Qué tan congruente es repudiar la pederastia en unos, y disculparla en otros?

Román Polanski se declaró culpable de una violación y es prófugo de la justicia. Punto. A pesar de que el director polaco siempre ha sostenido que la niña tenía experiencia sexual y que había consentido la relación, y que la víctima, Samantha Geimer, ha declarado en repetidas ocasiones que le ha perdonado, en los Estados Unidos el que un adulto sostenga relaciones sexuales con una menor de 15 años es un delito grave (statutory rape). Así que ni el tiempo, el sufrimiento del victimario, el consentimiento o el perdón de la víctima tienen relevancia alguna en este delito. Y tiene mucho sentido. La ley, a fin de proteger a los menores, no incluye en la definición del delito el que haya fuerza o consentimiento. Una niña de 13 años no tiene la capacidad para otorgar su consentimiento para tener relaciones con un adulto ni para perdonarlo. Que hayan pasado un montón de años es irrelevante, ya que este delito no prescribe, es por eso que el director polaco no puede poner un pié en Estados Unidos después de tantos años.
El talento artístico no es garantía de calidad moral. Puede haber extraordinarios seres sin ningún talento artístico y grandes artistas que resulten abominables personas. El extraordinario talento artístico de Roman Polanski no está a juicio, ni en duda. Lo que se reprueba es el abuso de una niña por parte de un adulto, quien además se declaró culpable del hecho y optó por huir de la justicia.

Hace unos días, Lucrecia Martel, directora argentina y presidenta del jurado del Festival de Cine de Venecia, volvió a poner el dedo en la llaga al decir que no asistiría a la gala de la película J’acusse de Roman Polanski: “Yo no separo al hombre de la obra. La presencia de Polanski [en el programa del festival] me resultó muy incómoda. Hice una pequeña investigación, con Internet, y consultando a escritoras que han tratado estos temas. Y vi que la víctima dio este caso por cerrado, no negando los hechos sino considerando que el señor Polanski había cumplido con lo que la familia y ella habían pedido. No puedo ponerme por encima de las cuestiones judiciales. Pero sí puedo solidarizarme con la víctima. No voy a asistir a la proyección de gala del señor Polanski porque yo represento a muchas mujeres que en Argentina luchan por cuestiones como esta, y no querría levantarme para aplaudirle. Pero me parece acertado que su película esté en el festival, que haya diálogo y se debatan estos asuntos”.

Condenamos la pornografía infantil, el abuso sexual y la pederastia. ¿Por qué ahora debe ser diferente? La sola mención de las preciosas botellas de coñac, todavía nos hace temblar de indignación. Ríos de tinta han corrido en condena de los abominables hechos de adultos que sostienen relaciones con menores, como fue caso de Marcial Maciel. No podemos indignarnos por la violencia en contra de las mujeres en México y aplaudir el talento de un violador. Es una incongruencia. Nadie, por talentoso que sea, debe estar por encima de la ley. Finalmente, no somos contemporáneos de Picasso ni de Caravaggio; así que nada que lo que hagamos o dejemos de hacer puede afectarlos. Sin embargo, sí lo somos de Polanski y tenemos la oportunidad de ser solidarios con la víctima como Lucrecia Martel.