El argüende de las encuestas

Sin conceder valor al insolente concepto de que, así como la tierra es de quien la trabaja, las encuestas son de quien las paga, lo cierto es que la proliferación de mediciones presidenciales de precampaña (desde en medios tradicionales hasta en WhatsApp) es una estrategia para crear estados de opinión.

Para entender que estas mediciones, publicadas durante las precampañas, no determinan, resulta imprescindible leer un artículo publicado en El Financiero por el director de Encuestas de esa casa editorial, Alejandro Moreno, uno de los más prestigiados encuestadores de México.

En “Dinámicas de campaña” Moreno explica que, más allá de si éstas no prenden, las tendencias no cambian, fulano no sube o mengano no baja, la historia demuestra que en las tres últimas elecciones presidenciales los cambios más notables en las preferencias se registraron en abril y mayo.

Y hace un breve recuento que resultará premonitorio para entender los movimientos en las preferencias electorales en un par de meses, los cuales motivarán las conocidas argucias de “encuestas cuchareadas”, “mafia del poder”, “prensa vendida”…

Moreno recuerda que por estas fechas, en la elección de 2012, Peña aventajaba con 15 y 20 puntos, pero que en abril AMLO, que venía en tercer lugar, rebasó a Josefina Vázquez Mota, y en mayo cerró tanto la brecha con Peña que se colocó apenas cuatro puntos abajo.
Y aventura:

“Si las preferencias van a cambiar en estos meses, dependerá en gran medida de cómo los candidatos y sus campañas descifren al votante de 2018. Por lo pronto, la campaña de AMLO sabe muy bien que ha movilizado la irritación y el descontento a su favor. Falta ver qué y cómo movilizan los otros candidatos”.

Moreno asegura en su tesis que los movimientos causados por las campañas en las preferencias (los efectos de campaña) no son producto de la aleatoriedad, sino de un claro entendimiento de parte de los equipos de los candidatos acerca de lo que emociona y engancha al votante.

Y recuerda que en el 2000 Fox acaparó el voto útil de izquierda, y en 2006 Calderón movilizó el de quienes temían al cambio representado por AMLO; mientras que en 2012 se conectó mejor con Peña el elector que seguía la televisión, y con AMLO el que seguía las redes sociales.

Hay que agregar que al aproximadamente 30 por ciento de electores indecisos que hay, según coincidencia de todos los sondeos, lo convencerá el candidato que le genere noción de cercanía, confianza, integridad, capacidad, honestidad y que le garantice que, cuando menos, su economía actual no correrá riesgos.

Como en 2006, puede triunfar el candidato que movilice a quienes temen al cambio, a la estampida de la inversión extranjera…
A la fuga de capitales.