El Legislativo es Vital

Una de las situaciones características de nuestro México es la falta de sentido común de los partidos políticos y de sus integrantes.

Cuando un partido político logra una victoria en las urnas y consigue desplazar a otro del ejercicio del poder, de inmediato los protagonistas del triunfo, juegan a ser dioses y se sienten en la ineludible obligación de reinventar al país, cambiando radicalmente el orden establecido.

Lamentablemente el cambio se instrumenta de manera radical y de manera no planificada. Es decir, se cambia todo, buscando que exista una aparente transformación, para que todo permanezca igual.

La soberbia lleva a los actores políticos a considerar que todo lo que se hizo anteriormente era malo, a despreciar por completo la infraestructura, planes y programas heredados; y a tratar de generar actividades y proyectos, que den la impresión de que todo es diferente.

No se valoran los activos heredados. No se aprecian los aciertos. No se aprovecha la experiencia, ni los cuadros adiestrados y fogueados en el desempeño de las labores.

Los nuevos amos se sienten en la obligación y en la necesidad de barrer con todo, de desplazar lo que ellos consideran pudieran constituir potenciales obstáculos al cumplimiento de sus objetivos personales y de grupo; y así se desperdician recursos inapreciables de todo tipo.

Por desgracia el marco normativo vigente, permite éstos y otros desatinos, cometidos en el ejercicio del poder público; y quienes por definición debían frenarlos, hacen muy poco o no hacen nada, por impedirlo.

Y quienes debieran constituir un valladar a semejantes despropósitos y dislates, son en primera instancia nuestros legisladores, toda vez que ellos son los responsables y encargados de crear las leyes o perfeccionarlas, adecuando el marco normativo.

Desafortunadamente, nuestros legisladores, salvo muy honrosas excepciones, no son sino comparsa del caudillo en turno, empleados subordinados que se creen en la obligación de satisfacer los más mínimos caprichos del poderoso en turno y que solo ven en el servicio público, un trampolín adecuado para satisfacer sus ambiciones, en vez de procurar la búsqueda del bien común.

Por eso tristemente, nos encontramos con leyes a modo, que solamente significan herramientas de utilidad política y electoral particulares, en vez de instrumentos al servicio del bienestar colectivo.

Así, nos encontramos con disposiciones que agreden o francamente afrentan la sensibilidad y el interés social, pero que son aprobadas por convenir a los intereses de determinada facción.

De tal suerte, es vital que todos los legisladores de este país, sin importar su extracción partidista, sean conscientes de la trascendencia de la responsabilidad que el pueblo ha puesto en sus manos; y sepan estar a la altura de su encargo.

El sentido fundamental de la división de poderes, es precisamente crear contrapesos, para cumplir a cabalidad con la ardua tarea de gobernar.

Es primordialmente, impedir que un país se maneje discrecionalmente, con base a ocurrencias, caprichos o estados de ánimo.

El principio de la división de poderes busca el imperio de la sensatez, de la moderación, de la ecuanimidad, pretende el predominio del sentido común, buscando con equidad, dar a cada quien lo que le corresponde.

Ojalá que nuestros legisladores sean conscientes de ello y se apliquen a conseguirlo, en vez de perder el tiempo en discusiones bizantinas, o en asuntos de nula trascendencia, como los netamente protocolarios o concernientes a sus gajes.

México no es una plasta o una masa, para jugar cada tres o cada seis años, a darle nueva forma.

Ojalá que lo recuerden, o la nación se los demandará. Eso puede usted jurarlo…

Dios, Patria y Libertad