El rostro más inhumano de Trump

Donald Trump ha sido descrito con múltiples adjetivos, desde arrogante hasta ignorante de muchos de los principales principios del poder. Ha reventado las alianzas con los socios históricos de su país, se siente más cómodo con dictadores o aspirantes a serlo que con mandatarios demócratas, ha despreciado y boicoteado décadas de construcción de un mundo global y ha logrado dividir internamente como
nunca a su propio país, los Estados Unidos.

Pero nunca había mostrado un rostro tan inhumano como el que ha exhibido en el tema migratorio. La separación de familias, el abandono de niños, las imágenes que muestran, incluso, a bebés arrancados de los brazos de sus padres, encerrados en virtuales jaulas, han cimbrado a México, pero también a Estados Unidos.

La Casa Blanca pareció inmune a todas las críticas vertidas en la prensa, en los escenarios internacionales, en las propias Naciones Unidas. Llegó al límite de abandonar el consejo de derechos humanos de la ONU como reacción a las críticas recibidas. Lo hizo porque la parcela dura de votantes de Trump comparte muchos de los estereotipos racistas que enarbola el Presidente y que están en el fondo de estas políticas inhumanas.

Ha sido, junto con la defensa de los supremacistas blancos en Charlottesville, la peor cara de Trump en este año y medio de mandato.

Quizás fue lo abrumadora de la presión ejercida en su contra, quizás el que la propia Melania Trump haya declarado, a través de uno de sus voceros, que ella estaba en contra de la separación de las familias migrantes, pero lo cierto es que el propio Trump tuvo que rectificar luego de muchas declaraciones diciendo que no habría tolerancia alguna en la política antiinmigrante, y anunció que firmará un decreto para evitar la separación de las familias.

En el camino sigue poniendo condiciones, en realidad una suerte de chantajes, en el Congreso de su país para que le den 25 mil millones de dólares para el famoso e inútil muro en la frontera con México (una medida absolutamente electorera) y para que se apruebe una reforma migratoria restrictiva.

En el ámbito comercial presiona con el tema migratorio y los aranceles para que la renegociación del TLC se concrete en los términos en que sus negociadores exigen. Todo apunta a que no obtendrá ni una cosa ni la otra, pero mientras tanto se exhibe su verdadero rostro cada día con mayor claridad, sobre todo en la medida en que se acercan las elecciones legislativas de noviembre, en las que puede perder la mayoría en el Congreso.

En este contexto tan difícil, y cuando las relaciones de Estados Unidos con México (como con muchos otros países) están en su punto más bajo en décadas, la elección del primero de julio en nuestro país puede y debe ser un punto de inflexión para reflexionar y tener claridad sobre el futuro de la relación bilateral y regional.

Tanto en Estados Unidos como en nuestra propia campaña electoral hay que reconocer que ha habido prudencia a la hora de manifestarse sobre esta situación tan compleja y difícil que involucra a tantos millones de paisanos. Si bien en los últimos días tanto The Washington Post como The New York Times han publicado textos muy críticos sobre temas electorales mexicanos (el primero haciendo una comparación de formas de hacer política entre Trump y López Obrador y el segundo con un demoledor perfil político de Ricardo Anaya) lo cierto es que los grandes medios estadunidenses se han involucrado poco en el proceso electoral, al igual que los partidos y que el propio gobierno de Trump.

Algunos consideran que es falta de interés, en realidad creo que es un gesto de prudencia sabiendo que cualquier intervención grotesca en nuestra agenda electoral sería contraproducente tanto para Estados Unidos como para México.

También han sido prudentes, hay que reconocerlo, todos nuestros candidatos presidenciales, incluso en esta coyuntura migratoria. Por supuesto, no han faltado las condenas a Trump, pero se ha tenido cuidado, en todos los candidatos, de no confundir a un mandatario e incluso a un gobierno con un país. Y lo mismo ha hecho el gobierno mexicano. Tanto en esta crisis migratoria como en el tema de los aranceles y el comercio, se ha apostado más a las presiones y las negociaciones con los distintos factores de poder dentro de la Unión Americana que a las declaraciones grandielocuentes.

La aparente (nunca se puede estar seguro con Trump) marcha atrás del Presidente estadunidense en la separación familiar parece ser una demostración de que esa política da resultados. La forma en que se han aplicado aranceles compensatorios desde México, también parece haber funcionado bien.

Pero lo que es más importante es que este tema, siendo una bandera electoral que no ha abandonado ninguno de los candidatos, no se ha convertido en un eslogan antiamericano y se ha sabido diferenciar, insistimos, a unas autoridades de un país y una sociedad. Es una demostración más de que las raíces integradoras de la región han penetrado mucho más profundamente de lo que algunos creen.