La Desilusión y el Tigre

Andrés Manuel López Obrador ganó arrolladoramente la presidencia de México.

Más de treinta millones de votos respaldaron su victoria, por demás inobjetable, dado el amplísimo margen de ventaja sobre sus competidores.

Las circunstancias que contribuyeron a tan espectacular triunfo, fueron básicamente las que dieron pie al hartazgo ciudadano, principalmente las correspondientes a los ámbitos económico, de seguridad y al renglón de la corrupción gubernamental.

Los mexicanos necesitaban una esperanza, deseaban tener en que creer, anhelaban un líder carismático y lo encontraron en la figura de López Obrador, al que le creyeron a pié juntillas todo lo que prometió, sin cuestionamientos.

Y es ahí donde radica el problema, porque los sufragios que obtuvo el nativo de Macuspana, fueron fruto de la convicción y no del raciocinio.

Y es que cuando las cosas se hacen de manera arrebatada y sin reflexión, solo pueden salir de una forma: mal.

Los impulsos, generalmente nos llevan a equivocarnos, al arrepentimiento consecuente y por ende, a la decepción de rigor.

Eso es lo que hay que temer en el caso particular de nuestro país; porque cuando se generan grandes expectativas, generalmente los resultados nunca suelen estar a la altura.

Y cuando los acontecimientos y las personas defraudan, el desánimo es inmediato y ello da paso ipso facto a la ira.

A su vez, la ira da paso a las descalificaciones y estas a su vez, traen aparejadas grandes dosis de violencia, sin importar su tipo.

Y los mexicanos no podemos darnos el lujo de permitirnos el surgimiento de conflictos, con la consabida cuota de violencia y el precio en efusión de sangre.

Ya durante la etapa proselitista, López Obrador amagaba con la posibilidad de un estallido social, derivado del fraude.

En un rapto de lirismo, fruto del talante de su ascendencia tropical, el tabasqueño espetaba: “yo me voy y a ver quien encierra al tigre” en directa referencia al descontento popular.

Por fortuna, los resultados no propiciaron que ninguno de los candidatos inscritos en la justa electoral, nos deleitaran con sus dotes de domadores circenses.

Pero es un hecho, que si las expectativas de un inmenso sector del pueblo mexicano no alcanzan a satisfacerse, López Obrador tendrá que enfrentar a su propia fiera.

Y hasta donde sabemos en su gabinete todavía no figura ningún émulo de Chanoc o de Tarzán. Dichos personajes se han vuelto digamos, anacrónicos.

Así que mas vale que ponga a sus cazadores de talento a buscar frenéticamente individuos de perfil semejante, porque todo parece que serán quienes tendrán más actividad dentro del gabinete, legal o ampliado.

Toda vez que el presidente López Obrador asume el cargo en diciembre, no estaría de más que en su carta a los Reyes Magos o Santa Clos, dependiendo de su preferencia, solicite silla, látigo y pistola.

Me late que pronto los necesitará para tranquilizar a los millones de rugientes felinos, en los que se habrán convertido los ronroneantes gatitos que antaño se frotaban a su paso y se derretían en maullidos de ternura.

Dios, Patria y Libertad