La marcha

 Con un abrazo solidario para mi amigo Brozo.

 

La vida es un trabajo que necesita hacerse de pie.

Alcide de Gasperi

 

Existen importantes ensayos para explicar el por qué sucedieron los eventos que marcaron las distintas etapas históricas, cómo se tomaron las decisiones, qué principios deben inspirarlas, las encontradas pasiones de los hombres que las asumen, los intereses involucrados, el infaltable factor azar, las consecuencias que provocan.

Hay estudios que buscan identificar cada generación por sus retos. El siglo XXI, en sus apenas dos décadas, amenaza con profundizar la confusión con nuevos ingredientes y la forma de comunicarlos. Al final de cuentas, el factor humano resulta siempre inescrutable.

Estoy de acuerdo con algunos de las consignas enarboladas durante la marcha del pasado cinco de mayo. En mi larga convivencia con el presidente Andrés Manuel López Obrador he percibido un lado oscuro de su personalidad, algo que me inquieta y me intriga.

Me han sobresaltado sus opiniones descabelladas, expresiones autoritarias y actitudes ególatras, que ahora aprecio en toda su magnitud. Estoy perplejo ante sus decisiones irracionales, al grado de la necedad.

Mi capacidad de asombro se ve desafiada todos los días por decisiones gubernamentales torpes, improvisadas y carentes de sustento ético y político.

Nadie en la historia de México (a la par de Antonio López de Santa Anna y Porfirio Díaz) se ha esmerado tanto por alcanzar la Presidencia de la República como Andrés Manuel López Obrador.

Nadie ha entrado en contacto con tantos mexicanos en el territorio nacional. Conmueve tanto esfuerzo, tanto denuedo para desperdiciarlo todo en un pésimo desempeño al frente de los destinos nacionales, orientándose por caprichos y ocurrencias.

Por ello coincido, en parte, con los convocantes de la marcha. No asistí porque escuché días antes a Alejandra Morán y tengo opiniones encontradas. Las más importantes
son:

1. No me siento ciudadano de segunda por pertenecer a un partido político. En el movimiento de 1968, una manta decía: “un pueblo unido funciona sin partidos”. No es posible suscribir esa barbaridad. A nada bueno nos conduce la degradación de la única institución política que organiza la voluntad ciudadana para arribar al poder y ejercerlo conforme a ciertos principios doctrinarios. Si tenemos malos partidos, no es por causas fortuitas, sino por la marginación ciudadana, entre otras razones. Debemos terminar con la confrontación estéril de partidos y ciudadanía, cuando su existencia separada es suicida para ambos.

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 2. Me siento ofendido y aún más, calumniado, cuando se califica a todos los políticos como corruptos. Esa idea, al igual que la anterior, ha provocado el arribo al poder de farsantes que ostentan una imagen de pureza para después comportarse de manera cruel y soberbia. La antipolítica y la politiquería han sido las mayores depredadoras de la cultura política.

3. Es alarmante la polarización que estamos viviendo. En la marcha se dieron manifestaciones de rencor que coinciden con las del otro extremo. Las luchas fratricidas nos han desgarrado. Contra el resentido, no hay remedio, su fanatismo y su perverso ánimo de venganza niegan el consenso y sin este la política se torna inviable.

4. Pedir la renuncia del Presidente de la República es fomentar la ingobernabilidad, es propiciar el desorden y atentar contra nuestra deteriorada vida institucional.

5. Crear movimientos amorfos, sin liderazgos, sin aparentes responsables, movidos por las nuevas tecnologías, nos puede conducir a la anarquía que, a su vez, estimula las fuerzas en el otro extremo, el autoritarismo y, en consecuencia, la desestabilidad política.

La realidad es cruda y cada vez es más notoria la falta de voces con autoridad moral, que sean señales de esperanza. Hay una ausencia grave en el sector público y el sector privado de líderes que asuman deberes.

Ése es el reto.