Lecciones de una carta cuatro siglos después…

La firmó únicamente con sus iniciales: GG. Fechada el 21 de diciembre de 1613, la misiva de siete páginas dirigida al matemático Benedetto Castelli, ha despertado la curiosidad de científicos e historiadores alrededor del mundo, siglos después de fuera escrita. La carta, escrita por Galileo Galilei, en un intento para engañar al Santo Oficio, es al mismo tiempo una muestra de autocensura y una defensa de la libertad de la investigación científica ante la doctrina teológica.

En 1543 Nicolás Copernico publicó Las revoluciones de las esferas celestes, en dónde establece que son los planetas quienes orbitan alrededor del sol, contradiciendo la teoría ptolemaica que apoyaba la Iglesia Católica, en la que es el sol el que gira alrededor de la tierra (¡Válgame, qué absurdo suena hoy!). Copernico murió tranquilamente sin saber el revuelo que causaría su teoría. Sin embargo, el fraile y matemático Giordano Bruno fue hallado culpable de herejía y quemado vivo por la Santa Inquisición por su apoyó al modelo de Copernico y Galileo Galilei, si bien no terminó en la hoguera, sostuvo una fiera batalla en contra la infame institución.

Usando el telescopio, Galileo logró comprobar varias de las teorías de Copernico. En 1613 Galileo escribió la famosa misiva a su amigo Benedetto Castelli, matemático de la Universidad de Pisa, en la que manifestó que la teoría de Copernico no era incompatible con la Biblia; y que dado que en ésta, hay pocas referencias astronómicas y para colmo– fueron simplificadas para que la gente las entendiera, no había que tomar las referencias bíblicas al pié de la letra. Pronto le quedó claro al famoso astrónomo que contradecir la doctrina de la iglesia no era una buena idea. Por su polémico contenido, la carta fue copiada varias veces, e infelizmente, una de ellas llegó a manos de la Inquisición en 1615, gracias a los “buenos oficios” del fraile dominico Niccolo Lorini. Poco después, Castelli envió a Galileo el original de la misiva y el astrónomo escribió a su amigo Piero Dini, clérigo, argumentando que la carta que estaba en posesión de la Santa Inquisición había sido alterada con el propósito de magnificar el contenido herético de sus aseveraciones. Adjuntó lo que dijo ser la carta original y le pidió a su amigo que la hiciera llegar al Vaticano.

Las dos versiones existentes de la carta de Galileo (la que había llegado al Vaticano y la que tenía un lenguaje más matizado) habían confundido a los estudiosos, ya que no se sabía cuál era la versión original y si efectivamente la versión del Vaticano había sido alterada como se quejaba Galileo; o si más bien, había sido el propio autor quien “suavizó” la versión original. La solución llegó en agosto de este año cuando Salvatore Ricciardo, estudiante post-doctoral de la Universidad de Bérgamo en Italia, descubrió, por mera casualidad en el Royal Society de Londres, la carta que Galileo envió a Dini. Gracias a este hallazgo, hoy tenemos la prueba de que el mismo astrónomo editó el documento original para matizando sus opiniones. ¡Qué historia!

Además de la solución del misterio que prevaleció por siglos, muchas lecciones podemos aprender de este hallazgo histórico:

Primera: muchas veces dejamos no ponemos atención en lo importante, hasta que llega un “Salvatore Ricciardo” y descubre el tesoro que estaba frente a nuestras narices.

Segunda: Los dogmas teológicos no deben influir en la ciencia. En Mesoamérica pudieron realizar precisos cálculos astronómicos, ya que no contaban la influencia de la teoría geocéntrica de Claudio Ptolomeo, ni tenían a una inquisición encima.

Tercera: La verdad no depende de que sea aseverada por una mayoría, ni del poder de quienes la defienden. Hoy sabemos que la tierra gira alrededor del sol, sin importar que la mayoría de los que vivieron en el siglo XVII, junto con la poderosa Iglesia Católica Romana, argumentaran lo contrario.

Cuarta: Los regímenes autoritarios intentan controlar la verdad. Una consecuencia lógica de ello es la autocensura. Mejor silenciar la verdad, que perder la vida. Galileo se vio obligado a abjurar de rodillas sus ideas por la Santa Inquisición en 1633 y vivió los últimos años de su vida bajo arresto domiciliario. Desafortunadamente, la autocensura no se limita a los tiempos del famoso astrónomo toscano ni a esa región. En pleno siglo XXI y más cerca de lo que pensamos, existe la tentación de regímenes autoritarios de censurar voces que los critican o cuestionan. ¿Cuantos Galileos o Giordanos existen hoy en el planeta? ¿Qué información deciden silenciar? Probablemente, nunca lo sabremos.

Mucho para pensar de este sorprendente hallazgo. Buen domingo a todos.

Para saber más: Reportaje de la revista Nature: https://www.nature.com/articles/d41586-018-06769-4?utm_source=briefing-wk&utm_medium=email&utm_campaign=briefing&utm_content=20180921

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