López Obrador: genio de la comunicación política

Más allá de la veneración o el odio ciegos que pueda despertar, Andrés Manuel López Obrador es el mejor comunicador político activo en México. Eso significa que quien desee emularlo, superarlo o derribarlo necesita primero entenderlo y hasta admirarlo. Se analizará a continuación su discurso, las tácticas de comunicación que sigue, la forma en que ha influido en las reglas electorales a su beneficio y por último algunas reflexiones para superarlo.

I. La narración de López Obrador

Un político exitoso no sólo necesita tener una historia clara de quién es, por qué está en la vida pública y lo que desea hacer, sino también presentarla de tal forma que sus seguidores la entiendan y sean seducidos por su encanto. Ninguna campaña exitosa es plenamente racional o emocional: debe apelar a ambas facetas del individuo. Si el candidato triunfa con un discurso simplista y atávico, es hora también de cuestionar la calidad del discurso de las otras alternativas.

Buena parte del éxito de López Obrador se debe a su capacidad de encarnar los valores y discursos de poder que nos inculcaron décadas de adoctrinamiento en el nacionalismo revolucionario y su visión autoritaria y providencialista. Según esta visión el mexicano es víctima de la violación de los españoles a los indígenas y el resultado es un país aislado del resto del mundo. A lo largo de la historia ha sufrido vejaciones de propios y extraños.

Bajo este discurso mítico se escondía la intención de gobernar a través de la fatalidad y la resignación, reduciéndose al individuo como una eterna víctima. Esta condición le liberaba de toda responsabilidad sobre su devenir, convirtiéndolo en alguien a quien se le debe guiar y tutelar para salvarlo de sus errores. Si los mexicanos somos distintos al resto del mundo entonces, proseguía el discurso, nos correspondía un régimen que sólo podía existir aquí: el PRI.

Para decirlo de otra forma López Obrador, se ha sabido presentar como el líder visionario, bueno y ético que desinteresadamente acabará con todos los males como la corrupción, y cumplirá la gran promesa de la revolución: la justicia social. Frente a una Constitución que se le veía más como un programa que como un conjunto de garantías, la narrativa del PRI inculcó la idea de que tarde o temprano llegaría esa persona mientras se nos limitaba un derecho ciudadano básico como exigir cuentas a los gobernantes o premiarlos y castigarlos electoralmente.

Para decirlo de una forma, el tabasqueño ha sabido venderse como el hombre de la profecía del nacionalismo revolucionario, ostentando una honradez y pureza a toda prueba que lo hace ver como el paladín de la justicia social. Esto le ha permitido atacar desde una posición de autoridad. También el discurso de la revolución le permite jugar con éxito otro papel que se nos inculcó a esperar de los políticos buenos: la víctima bien intencionada que está continuamente al acecho del mal, encarnado en la “mafia del poder” que busca destruirlo. López Obrador ha pasado continuamente del valiente a la víctima a lo largo de los años gracias a estos arquetipos.

A ese discurso el tabasqueño agregó un toque religioso que se vuelve cada vez más evidente a través de frases y símbolos fáciles de entender, empezando por el nombre de su partido: Morena. Se le acusa de mesiánico y redentor, pero sólo está adoptando las imágenes y cánones que entiende la mayoría de la gente y nadie ha sabido cambiar. Lo anterior es sazonado con refranes y ocurrencias que lo mantienen por meses en las conversaciones y expresiones populares, convirtiéndolo además en un referente.

El mejor ejemplo es un spot grabado a inicios de la campaña electoral de 2015. López Obrador parte de la posición más ventajosa: su oposición a todo cambio y a toda costa. Esto le permite, llegado un momento de crisis, atacar diciendo “se los dije”. De ahí teje un discurso poco pulido, lleno de refranes y ocurrencias. ¿Es técnicamente sólido? No, pero eso es irrelevante para sus seguidores. Y remata con una frase cuasi bíblica: Morena es el camino. Cualquier cristiano sabe cómo terminar la oración.

También vale la pena resaltar su vestimenta, clara y casi blanca, así como el fondo: un conjunto de edificios en segundo plano tras un parque. Para alguien que se ha apoyado en una imagen austera y que presuntamente vive en un modesto departamento al sur de la ciudad, no significa que viva ahí, sino que nos llevará a todos a ese estado de bienestar si lo seguimos. El resto de los spot que ha grabado lo colocan en una habitación correspondiente a un estrato socioeconómico elevado y hasta culto.

A pesar de apelar a una población de escasos recursos a través de un discurso de reivindicación social, como en el “por el bien de todos primero los pobres” de su campaña de 2006, cuida no presentarse pobre, sino apelar a los anhelos aspiracionales de sus bases.

La visión que nos ofrece de la historia, con sus simplismos, es parte del discurso historiográfico que se nos inculcó: Santa Anna nos traicionó, los españoles y estadounidenses nos saquearon y el Porfiriato era el infierno. Sólo de acuerdo con este discurso sobresimplificador pueden ser convivir como próceres un liberal como Benito Juárez y un estatista como Lázaro Cárdenas, por ejemplo.

¿Es un discurso atávico? Lo es. ¿Por qué ningún partido ha logrado construir uno nuevo en los casi treinta años que lleva López Obrador en la oposición? El PAN fue incapaz en sus 12 años de gobierno para posicionar una visión propia sobre la vieja historiografía de bronce, los elementos que nos unen y el destino que podríamos tener como nación. Y el PRI parece incapaz de retejer una visión coherente de qué significa militar en ese partido una vez que la izquierda le expropió sus mitos fundacionales.

La capacidad del tabasqueño para enarbolar esos valores le ha permitido ganarse la adhesión ciega de sus seguidores. Para ellos es como si Pepe “el toro” hubiera resucitado para meterse a la política. ¿Significa que son, como diría coloquialmente, “Pejezombies”. No: más bien se encuentran tan convencidos que bloquean en automático toda información que cuestione sus creencias.

Gracias a ello López Obrador es inmune a todo ataque personal. A él no lo derrumbará un escándalo, sino alguien que sea capaz de posicionar un nuevo discurso que sepa ganar la adhesión de sus bases.

Es posible que dentro de unas décadas, cuando se escriba la historia, el tabasqueño no sea recordado como un político de izquierda sino como el último líder de masas del nacionalismo revolucionario.

 

II. López Obrador ante los medios electrónicos

Antes de 2000 López Obrador era un político rijoso, cierto, pero no más que otros perredistas. Su fama se debía fundamentalmente a la presunta toma de unos pozos petroleros en Tabasco. Llevaba dos derrotas electorales para la gubernatura de Tabasco que había vendido como un complot contra su figura, lo cual le sirvió para ser presidente del PRD y de ahí competir para la candidatura a la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal. Aquí es cuando tiene lugar el primer gran momento:

 

Momento 1: el debate con Diego Fernández de Ceballos

El 7 de marzo de 2000 el panista, que era en esos días el gran operador de su partido, accedió a debatir con el candidato a la jefatura de gobierno del Distrito Federal. Durante la discusión López Obrador jugó una carta sorpresa: decir que el panista le hace el trabajo sucio a una mafia que está en el poder. Frente a eso, el tabasqueño ofrecía un proyecto de nación que todavía no queda claro de qué trata más allá de volver a los setenta del siglo pasado. Para rematar, habló de otro tema recurrente: la deuda de Fobaproa.

¿Simplista? Claro. ¿Ha pasado los últimos 16 años reciclando este discurso? Desde luego, empezando con la expresión “mafia del poder”. Pero al sorprender a Fernández de Ceballos, el tabasqueño se posicionó como el campeón de los oprimidos y le dio la legitimidad suficiente para encarnar el bien sobre la tierra: a partir de ahí sus seguidores le creen a pie juntillas.

 

Momento 2: las conferencias “mañaneras”

Una vez ganada la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal, el reto era posicionarse en la arena nacional para perfilar sus ambiciones presidenciales. Esa es una condición necesaria de todo gobernador con ambiciones presidenciales desde Vicente Fox. La táctica que siguió López Obrador fue convocar cada madrugada a conferencias de prensa “mañaneras”.

Los medios nacionales están en la Ciudad de México, lo cual facilitaba la difusión de sus comentarios por cadena nacional. De esa forma sus comentarios marcaban la pauta noticiosa del día. A lo largo de esos años pulió su discurso, pasando de las pifias por el horario de verano a hablar sobre reivindicaciones sociales y proyectando de esa forma su imagen y mito a los estados.

Pero falta un detalle: si fuera fácil convocar a conferencias mañaneras, ¿por qué no lo hacen todos los gobernadores con ambiciones presidenciales? ¿Cómo hace uno para mantenerse como nota durante tantos años? ¿Cómo la prensa que convoca no le hizo mucho eco a pifias como justificar un linchamiento en el Ajusco porque eran “usos y costumbres” de la zona y con esos “mejor no meterse”? ¿Es posible lograr todo esto sin alguna especie de acuerdo con los medios, como acusó el propio López Obrador a Peña Nieto?

 

Momento 3: el “desafuero”

Uno de los elementos integrales del discurso de López Obrador es la victimización. Esto no es algo gratuito o casual: durante años se nos inculcó esta idea en nuestra ideología, desde el Laberinto de la Soledad hasta glorificar al “campeón sin corona” como se vio arriba. Visto de esa forma, el mayor error táctico de Vicente Fox fue darle la oportunidad de tocar ese nervio durante el juicio para levantarle la inmunidad procesal.

¿En qué consistió el éxito del discurso que dio en la máxima tribuna y cuyo objetivo según las leyes era defender su postura ante una acusación concreta? El pueblo no entiende ni tiene por qué entender de leyes y su complejidad: seguir esa vía hubiera sido perder la batalla. En cambio, aprovechó la oportunidad para presentar un manifiesto de quién era, por qué aseguraba lo perseguían y qué pretendía lograr.

Según se aprecia en un discurso que debería ser obligatorio para todo estudiante de la retórica política, para el tabasqueño los argumentos jurídicos son falaces y por ello irrelevantes. En cambio, Fox era un títere de las mafias que no desean el cambio que representa el tabasqueño. Bajo esta dinámica todo ataque era producto no del cálculo político, sino del odio personal. No importa si eso lo mezcla con anécdotas no comprobables y conspiraciones: López Obrador se encumbró como el gran líder de la izquierda.

 

Momento 4: la presidencia “legítima”

Es imposible que un líder político tenga poder si no sabe construirse un discurso y mitos que le den legitimidad. Tampoco se puede ejercer esa legitimidad sin protocolos, imágenes y símbolos. La toma de protesta de López Obrador como presidente “legítimo” el 20 de noviembre de 2006 muestra la maestría con que esos elementos se conjugan.

Desde un escenario con fondo negro, pasando por el águila “juarista” en contraposición con la que hoy tenemos en el escudo nacional y la presencia de notables, el tabasqueño supo construir una imagen de poder “alternativo” para sus seguidores. ¿Es cuestionable? Para quienes no lo seguimos, sí. Pero esas imágenes y el discurso que trabajó por décadas lo convirtieron el en líder absoluto de la izquierda mexicana al menos por los siguientes tres años.

Hoy seguidores y apologistas de López Obrador tratan de explicar este acto, junto con la toma del Paseo de la Reforma, como un gesto de responsabilidad para calmar a las masas enardecidas tras la derrota de 2006. Olvidemos que fue el tabasqueño quien las había radicalizado durante la campaña: su toma de posesión legítima tenía una intención simbólica clara.

 

Momento 5: el gabinete de López Obrador

La estrategia de campaña más brillante durante la elección presidencial de 2012 fue la presentación del gabinete que acompañaría a López Obrador en caso de ganar. El mensaje daba certidumbre a sus leales sobre el tipo de personas que gobernarían y ayudó a algunos indecisos a que votaran por él. Entre sus posibles colaboradores incluyó tanto a políticos experimentados como Marcelo Ebrard como a figuras populares como Elena Poniatowska.

Sin embargo, la técnica es falaz. No hay forma de comprobar que un buen profesionista podría o no ser un buen funcionario público. También es cierto que las plazas del gabinete son para la camarilla de un político: las personas que se jugaron la carrera por él y que son recompensados con esas carteras. Pero eso no importa si se desea llegar al votante.

 

III. La imagen corporativa de Morena

Otro elemento clave en la estrategia de comunicación de López Obrador es el uso patrimonialista de los spot de su partido. Gracias a ello no sólo ha posicionado su persona e ideas, sino también ha dado una imagen de uniformidad al instituto político cual corporación.

Salvo contadas excepciones, López Obrador ha aparecido en todos los spot de Morena, ya sea como protagonista, presentando a algún candidato o dando un mensaje de cierre. Vestido siempre de blanco y recurriendo a refranes a la menor provocación cual moderno Sancho Panza, habla de manera casi incoherente pero eficaz. Constancia de su éxito son todos los memes y frases que usamos cotidianamente, ya sea como burla o referencia cotidiana.

Otro elemento importante es el escenario. Si dejamos a un lado el primer spot, que se grabó en una zona residencial de clase alta, el resto se hicieron dentro de una casa bien iluminada y aparentemente de clase media culta, decorada sencillamente aunque de buen gusto, obras de arte, algún instrumento musical y en algunas tomas aparece un jardín. ¿Primero los pobres? Así es: se apela al sentimiento aspiracional del simpatizante.

Agreguemos a esto un discurso simplista basado en la solución de los grandes problemas nacionales con combate a la corrupción y la fe hacia un líder y tenemos el resumen de la carrera política de López Obrador. Lo sorprendente es que nadie en casi tres décadas ha tenido la capacidad de atajarlo o presentar una idea que seduzca más al electorado a pesar de su predecibilidad.

Para las campañas locales de 2016 y aprovechándose de un hueco en nuestra absurda y sobrerregulada normatividad electoral, López Obrador tomó la presidencia de su franquicia y bajo ese cargo apareció en la segunda mitad de todos los spot para promover a los candidatos a gobernador. El resultado es la mejor campaña corporativa jamás hecha por partido político, al menos en México.

Cada spot de candidato a la gubernatura sigue el mismo patrón. Grabados en la misma casa, aun cuando se pueda tratar de un fondo, todo contendiente a la gubernatura seguía un patrón en su discurso: ataque a la corrupción, asegurar que no se resignarán al estado de las cosas, presentarse como ciudadanos honestos, ofrecer un gobierno austero, democrático y honesto, y principalmente vender la imagen de un mejor futuro.

En la segunda parte del spot aparece López Obrador llamando a votar por el candidato y anunciando los tres principios de Morena: no mentir, no robar y no traicionar al pueblo. Sin alguna evidencia que pueda afirmar o contrastar esto, nos encontramos más en la cancha de un culto religioso que de un partido político con responsabilidades de gobierno. Pero al parecer ese es precisamente el mercado de este instituto: la fe en un líder que cumplirá por voluntad y de manera desinteresada las promesas de la Revolución.

Es hora de dejar de preocuparnos de López Obrador y comenzar a cuestionar a los demás partidos. ¿Por qué han permitido que el tabasqueño insista una y otra vez con su estrategia dominante, basada en mesianismo y victimización? ¿Dónde están los liderazgos emergentes? ¿Hay discursos nuevos que sepan seducir al votante y lo alejen de la demagogia?

Tal vez las reformas electorales que se han aprobado desde 2007 han fracasado: al darles financiamiento público y espacios en medios, los partidos se han convertido en rentistas que no buscan realmente competir sino mantener posiciones para conservar la beca.

 

IV. Una reglamentación electoral a modo

Aun cuando lleguemos a saber qué se debería entender por un buen político, la calidad de los candidatos mejora entre más abiertas son las reglas de competencia. La naturaleza de los asuntos públicos, donde se llega a decidir hasta quién vive y quién muere, requiere personas que muestren la capacidad de enfrentar hasta las peores crisis. O como diría Harry S. Truman, si a alguien no le gusta el calor, que mejor se aleje de la cocina.

¿Existe la “guerra sucia” en la política? La lucha por el poder, como cualquier otra conflagración, no puede ser “limpia”. ¿Habrá calumnias, difamaciones y denigraciones en los ataques? Claro que sí: sólo de esa forma podemos saber aquellas cosas que los candidatos no nos quieren decir. Los tribunales ordinarios deberían atender cuando se derivan actos delictivos a partir de los ataques, incluso en campaña. Y en todo caso la ciudadanía decide qué tan lejos llegó o no un ataque premiando o castigando la estrategia de contraste.

Al contrario, nuestras leyes electorales son restrictivas y sobrerreguladas. Hay tantos controles sobre lo que se puede o no decir en una campaña que no hay capacidad real para el ataque y la defensa. Dejemos a un lado la mentalidad autoritaria y paternalista que guía muchos razonamientos de la normatividad: las reglas se pueden leer como normas que protegen a un oligopolio político, el de los partidos, que no sería competitivo en otras democracias.

Hay dos razones para este fenómeno. La primera: partidos verticales que controlan carreras políticas gracias a que nadie puede tener bases propias al no haber la capacidad de competir repetidas veces por un mismo cargo. Esta desvinculación entre el elector y los políticos hace que los institutos dependan de figuras mediáticas para atraer votos. Cada ataque a esos líderes impacta en toda la estructura nacional. Por ello la urgencia de limitar al máximo todo ataque a las personas desde la ley.

La segunda: se nos ha querido hacer creer llegará un estadista noble y desinteresado que nos salvará de nosotros mismos, en vez de presionar por que lleguen a competir las personas más aptas y exigirles cuentas. De acuerdo con el discurso vigente, hay alguien a quien “otros” no dejan llegar y que harán todo tipo de conspiraciones para quitarle la esperanza a la mayoría.

Al basar su discurso en la victimización, López Obrador ha logrado posicionarse como ese agente que una y otra vez es víctima de “complots” para tirarlo “a la mala”. Desde las grabaciones de Ahumada exhibiendo a Bejarano, pasando por el “desafuero” y la campaña de contraste en 2006, las escaramuzas por retirarlo de los spot gracias a una ley absurda y los escándalos de corrupción de Eva Cadena y Delfina Gómez, su liderazgo se basa en la presunta maldad de sus oponentes. No importa que con esta estrategia dominante muestre en realidad poca capacidad para gobernar: el mexicano adora al campeón sin corona.

En diciembre de 2015 lanzó un spot donde muestra su táctica de victimización. Aprovechando que los partidos deseaban prohibirle aparecer en propaganda de Morena y antes de que asumiese la presidencia de su franquicia para serlo, el tabasqueño afirma que lo quieren callar. ¿La razón? Por decir “verdades” como la corrupción y la compra de un avión presidencial.

Los políticos explotan tanto al discurso de victimización en lugar del de la responsabilidad y la capacidad de reacción que en 2007 se prohibió a nivel constitucional el contraste en las campañas por “denigrar y calumniar”, tras la propaganda de contraste de 2006. De la mano de un sistema de partidos que ha diseñado normas que acaban con la competitividad a nombre de una presunta “equidad”, López Obrador encontró una nueva forma para victimizarse.

Como se dijo arriba, las leyes electorales pueden ser leídas como normas de protección a un oligopolio: los partidos políticos. Las condiciones de entrada son elevadas, desincentivando la entrada de nuevos competidores. Las reglas de permanencia son bajas, como sería un umbral electoral de 3% y el registro otorga financiamiento público y espacios en los medios. Además el diseño de las leyes es restrictivo y sobrerregulado, de tal forma que sólo incentiva formas más sofisticadas de darle la vuelta. Y sobre todo, no hay castigos fuertes: sólo multas que hacen que el precio de incurrir en la infracción sea bajo.

Aunque se espera que la reelección inmediata de legisladores y autoridades municipales cambie la dinámica política, hasta el momento los dirigentes de los partidos controlan el acceso a las candidaturas de manera que no suelen competir los más aptos, sino quienes están bien con las cúpulas. Y tomará algo de tiempo que la ciudadanía evalúe a los gobernantes con base en desempeño en lugar del voto prospectivo.

En breve, las reglas electorales favorecen al candidato que más trabajo ha hecho para posicionarse, sea por la vía legal o dándole la vuelta a leyes absurdas. Los partidos se encuentran en una zona de confort que los ha hecho blandos, poco competitivos y expuestos a los embates de líderes carismáticos. ¿Les asusta López Obrador? Comencemos a reclamar a los demás institutos políticos su ineptitud al plantear nuevos discursos y liderazgos.

Y sobre todo, pongamos sobre la mesa la desregulación de nuestras leyes electorales: sólo han servido para disfrazar la mediocridad colectiva de nuestra elite política. Gracias a este entorno los partidos políticos le han dado a López Obrador el conjunto de reglas que mejor le convienen a sus tácticas.

 

V. ¿Cómo superar a López Obrador?

El elemento más asombroso detrás del éxito de Andrés Manuel López Obrador es que no ha cambiado o tenido la capacidad de cambiar su discurso en décadas. Puede variar el “enemigo” a vencer o quizás modificarse algunos mensajes, pero las líneas centrales son consistentes. Es más, sus opositores prefieren muchas veces adelantarse a sus reacciones y ceder en sus chantajes antes de entrar en confrontación.

Por otra parte los ataques que le han hecho han mostrado ser poco exitosos: los seguidores del tabasqueño ya están preparados de antemano a creer que la “mafia del poder”, en el afán por tirarlo, urdirá todo tipo de conspiraciones. De esa forma se ha vuelto inmune a todo ataque personal. Es más: intentar sacar algo sólo reavivará las creencias de quienes creen que López Obrador es el político honesto y desinteresado que nos prometió la Revolución.

López Obrador se ha valido de décadas de adoctrinamiento en un discurso simplista y de una notable pobreza argumentativa, el cual permeó el pensamiento político. Y con todo no ha habido interés real en transformarlo, pues todos los partidos se han beneficiado del mismo. Sólo así se puede explicar por qué el PAN dejó pasar 12 años teniendo los aparatos de comunicación del Estado, mientras coexistía con un discurso predominante que no era el suyo.

Para decirlo de otra forma, el éxito de López Obrador no se explica sólo por sus estrategias sino por la incapacidad de sus oponentes para posicionar un nuevo sentido de comunidad, de origen y destino que logre inspirar a la ciudadanía frente a la inercia de lo ya anacrónico. Será anticuado el discurso del tabasqueño, pero es el único que es activamente promovido por partido alguno. Y lamentablemente nuestros institutos políticos están entrampados en un conjunto de reglas que fomentan la incompetencia comunicativa.

Si de verdad se desea superar a López Obrador, el primer paso es reconocer que los partidos no harán voluntariamente algo que afecte sus privilegios. Será responsabilidad de los ciudadanos presionar por cambios que liberalicen la absurda normativa electoral, para empezar.

Otro tema central es cómo hacer atractivo un discurso que hable del individuo, su trabajo y su mérito en el progreso de un país; del empoderamiento en lugar de la fatalidad y la predestinación; que hable de tolerancia en vez de un sectarismo que sólo sobrevive al fabricar enemigos; y sobre todo, que defienda a la democracia no como un sistema donde un grupo esté predestinado para ganar, sino como un conjunto de valores.

¿Difícil? Así es romper con las inercias. No esperemos a que los partidos hagan algo: comencemos por nosotros mismos.