LOS NUEVOS “SOLDADOS DEL PRESIDENTE”

A muchos sorprendió que en días recientes el Presidente Electo diera a conocer que incluyó como parte de su más cercano grupo de asesores a los directivos de los principales medios de comunicación.

Aparecen –de manera destacada–, Televisa, Televisión Azteca y Grupo Imagen, entre otros, cuyos periodistas de inmediato entendieron el mensaje y bajaron el nivel de crítica a las torpezas y tropiezos frecuentes del nuevo gobierno,

Lo cierto, sin embargo, es que no resulta novedad que los grandes medios de comunicación –televisión, radio, prensa y digitales–, se conviertan en los nuevos “soldados del presidente”. ¿Por qué?

Porque no es nuevo que la naciente gestión de López Obrador es un peligro regreso al pasado, por lo menos medio siglo, a los gobiernos de Luis Echeverría y de López Portillo.

Aquellos –los de LEA y Jolopo–, eran precisamente los tiempos en donde los antecedentes de Televisa –y los grandes periódicos llamados nacionales–, erran “soldados del PRI” y “del Presidente” en turno.

Eran tiempos de la llamada “prensa vendida”, a cuyos periodistas, directivos y concesionarios motejaban como “sirvientes del poder”, todos aquellos grupos de la llamada izquierda mexicana que exigían democracia y libertad de expresión.

Y, curiosamente, muchos de los militantes de esa izquierda, muchos de los políticos, intelectuales y liberales de antaño, hogaño militan en Morena y no sólo se comportan como “soldados” del nuevo presidente, sino como “soldados de morena”, el partido en el poder que ha sustituido al PRI en todo lo que por décadas cuestionaron.

Eran tiempos –los de Echeverría y López Portillo–, en los que articulistas e intelectuales de izquierda exaltaban la urgencia de alcanzar libertades básicas como las de expresión, al tiempo que reconocían a los escasos medios, directivos y directores que todos los días luchaban por el pensamiento libre y la prensa independiente, en periódico como El Día y el mítico Excélsior de Julio Scherer.

Hoy, igual que hace medio siglo, el primer presidente surgido de la dizque izquierda –López Obrador–, sometió a los grandes medios, los convirtió en aliados de su gobierno y, como resultado, canceló buena parte de la joya de la corona en democracia; la libertad de expresión.

Pero el asunto va más allá.

Resulta que a imagen y semejanza del gobierno de López Portillo, el de López Obrador intentó hasta ayer concentrar en Gobernación todo el control de la radio y la televisión estatales –el Imer, Canal 11, Canal 22 y otros–, para ponerla al servicio del culto al presidente.

Lo preocupante del asunto es que pocas voces críticas advierten de la peligrosa y grosera regresión, que puede ser el principio del fin de una de las libertades fundamentales; la libertad de expresión.

¿Dónde están los valientes que denunciarán ese riesgo…?

Al tiempo.