Es una realidad imposible de negar que Andrés Manuel López Obrador ganó la presidencia de la república por tan amplísimo margen, debido al hartazgo y la molestia de muy buena parte de los mexicanos con el orden prevaleciente.
Es imposible negar que esos más de treinta millones de votos, más los que se contabilizaron a favor de Ricardo Anaya y el Bronco, demostraron que el país de manera no solo mayoritaria, sino abrumadora, estaba inconforme con los usos y costumbres de los gobiernos priistas. Es más; y hay que decirlo claro: no solo estaban esos mexicanos a disgusto, sino que reprobaban al PRI-GOBIERNO. Por eso votaron por otro, por eso eligieron otra opción política, radicalmente distinta de la que había.
Y al elegir una opción partidista diferente, es claro que los mexicanos esperaban cambios. Es obvio que suponían que las cosas no iban a permanecer igual. Es lógico que quisieran ajustes de cuentas, que una serie de personajes que se antojaba que eran intocables e inamovibles, comparecieran ante las autoridades a dar cuenta de sus actos, como lo haría cualquier ciudadano.
Por supuesto que López Obrador jamás llegó tan lejos como Ricardo Anaya, que ofreció meter a la cárcel al presidente Peña. Andrés Manuel, sabedor que se le tilda de radical y vengativo, se esmeró en parecer moderado, en asegurar que la revancha no era su fuerte y por ende, no perseguiría a nadie.
Además de ello, durante la etapa de campaña, pactó hasta con el diablo, con tal de asegurarse apoyos de todo género. No importaron las ideas, ni los principios; lo que era primordial era garantizar el acceso al poder a toda costa.
Toda vez que concluyeron los comicios, López Obrador se deshizo en elogios al presidente Peña y hasta elogió el estado en el que recibía el país; y lo hizo con tal énfasis y de tal modo, que se dio cuenta que se le pasó la mano y tuvo que rectificar, asegurando recibir un país en bancarrota.
A partir de entonces y hasta el día de hoy, nuestro flamante presidente electo, se ha inmiscuido en una sarta de contradicciones y declaraciones polémicas, que en nada benefician a nuestro país y si complican en gran medida, su margen de operación.
Pero ahíto de la soberbia del poder, creyendo que lo sabe y puede todo; y determinado a gobernar con el conflicto como método político, López Obrador se mantiene en sus trece y con tono doctoral, declara los más grandes desatinos a los medios de comunicación, sin importar la conmoción y el grado de controversia que despiertan, que es inconveniente hasta para su propio régimen.
De esta manera, tras asegurar inicialmente que no perseguiría a nadie y que perdonaría todo lo sucedido antes del primero de diciembre, Andrés Manuel López Obrador nuevamente metió reversa y expresó que si el pueblo lo solicita, estaría dispuesto a llevar ante los jueces, a los últimos titulares del ejecutivo.
Esta situación resulta particularmente delicada, porque rompe el frágil equilibrio político prevaleciente y confronta a todas las fuerzas presentes en el escenario nacional, generando un clima de agitación y desasosiego social.
Y si bien es cierto que MORENA dispone de una amplia mayoría; dudo mucho que el presidente quiera ponerse un traje de diana y convertirse en el destino de todos los tiros de los partidos políticos de oposición. Esto lo desgastaría de manera bastante prematura.
Además habría que ponerse a considerar si existen razones de peso y evidencias fehacientes para llevar ante la justicia a los ex mandatarios, que es un hecho que se defenderán y que si no se prueba a plenitud su culpabilidad, se convertirán en mártires, en símbolos de la lucha de los partidos contra el autoritarismo, y quienes saldrían ganando serían los partidos de oposición que se fortalecerían y tomarían nuevos aires.
Por otro lado; y en beneficio suyo, debe recordar que en el país impera la división de poderes y que el titular del ejecutivo, no tiene una facultad omnímoda para perdonar o absolver de toda clase de delitos o conductas antisociales.
Andrés Manuel López Obrador no puede conducirse como si fuera un Dios, un patriarca o un monarca absoluto. Esos desplantes, realizados quizá en aras de querer parecer justo o generoso, solo refuerzan las tesis que hablan de su personalidad megalómana y absolutista y para nada le convienen. Ojalá y alguien haga la caridad de informarle.
El presidente electo debe discernir que no puede hablar a la ligera y que no es lo mismo discursear en el mitin, que producirse como autoridad; y que de sus acciones derivarán consecuencias, positivas y negativas, no sólo para su administración, sino también para el resto de los mexicanos, sin importar si votaron o no, por él.
Ojalá de una buena vez por todas Andrés Manuel López Obrador lo entienda, o todos vamos a sufrir en este país, las consecuencias de su incontinencia verbal. Al tiempo.
Dios, Patria y Libertad