PAN, la derrota imperdonable

El PAN no tenía un porcentaje tan pequeño de votantes en una elección presidencial desde que Pablo Emilio Madero compitió contra Miguel de la Madrid, en 1982.

Se trata de su peor votación en 38 años.

Anaya, aliado al PRD y a MC, alcanzó 22 por ciento de los sufragios.

Hace seis años, cuando perdieron con Josefina Vázquez Mota, Acción Nacional tuvo 25 por ciento de la votación sin alianza alguna.

Y eso que venían del desgaste natural de gobernar el país durante 12 años, con una crisis económica mundial sin precedentes desde 1929, y la explosión de violencia que debió enfrentar Felipe Calderón.

Ahora el panorama estaba sin nubes para llegar de nueva cuenta a Los Pinos.

Esa fue su perdición. Tenían tan cerca la victoria que su dirigente nacional decapitó a sus contendientes internos.

Dividió el partido en el momento que con sólo cuidar la unidad y no cometer errores graves tenían la victoria al alcance de su mano.

Los dioses ciegan a los que quieren perder, decían los antiguos griegos y esa desgracia cayó sobre Acción Nacional y su ambicioso líder, Ricardo Anaya.

Desnaturalizó al PAN. Un alto porcentaje de sus candidaturas se las dio al PRD para armar una alianza que le asegurara a Anaya su candidatura presidencial, aunque al partido no le aportara absolutamente nada.

Así se vio en la elección. El PRD fue un lastre, cuya dirigencia cobró en posiciones, pero sus bases votaron por Morena.

Poco antes de que Anaya amarrara la alianza con el PRD y MC para él ser candidato presidencial, Margarita tenía 35 por ciento de intención de voto.

Estaba un punto arriba de AMLO de acuerdo con las encuestas de El Financiero.

¿Cuál era la duda? ¿Por qué no fue Margarita? Si lo querían hacer al margen de las encuestas, ¿por qué no realizaron una votación entre sus militantes, como hicieron en las elecciones pasadas?

Derrumbaron al PAN porque los cegó la cercanía de la victoria. Lo dividieron. Y los electores le huyen a los partidos que traen pleitos internos.

En la campaña el PAN se puso en manos de no panistas.

¿Qué es eso? El partido más antiguo de México, el que podía ganarle a AMLO, tenía todo para regresar a Los Pinos y entregó su campaña electoral a externos, en buena medida enemigos del panismo o de destacados miembros de ese partido.

Locura tras locura.

Emprendieron una campaña brutal contra el presidente Peña, cuando no era momento de tocarlo. Lo convirtieron en su enemigo, a pesar de que no estaba en la boleta.

Si alguien se opuso al gobierno de Peña Nieto fue López Obrador, durante todos los años del sexenio y, al final, en la campaña, se cuidó de no tocar al Presidente porque no estaba en la contienda.

Quien tenía la credibilidad por su antipeñismo era AMLO.

El PAN, con Ricardo Anaya en el liderazgo de los diputados, entabló una alianza con el gobierno de Enrique Peña y sacó, mediante un Pacto por México, las reformas estructurales.

Fue su aliado con todo y firma. Y después renegaron de él y su única propuesta de campaña fue meterlo a la cárcel.

Al hacer campaña contra Peña en lo personal, le hicieron el trabajo a López Obrador, quien no tuvo la necesidad de desgastarse en esa tarea.

Dinamitaron la posibilidad del voto útil contra AMLO.

En un acto políticamente estrafalario y profundamente desleal, plantearon establecer una Comisión de la Verdad para investigar a este sexenio, que no era otra cosa que una pretensión de llevar a tribunales internacionales al Ejército Mexicano.

Fue un gobierno de Acción Nacional el que introdujo masivamente al Ejército y a la Marina en la lucha contra el narco, a petición de un gobierno estatal del PRD, porque esos grupos criminales controlaban y gobernaban territorios.

Y ahora Ricardo Anaya, candidato del PAN y del PRD, salió con la ocurrencia de enjuiciar internacionalmente a nuestras Fuerzas Armadas, que ellos sacaron a las calles por una necesidad ineludible.

¿Valía tanto la alianza con el grupo de Emilio Álvarez Icaza, que será senador por Acción Nacional?

Ahí están los resultados: perdieron en todo el país menos en Guanajuato. Les fue peor que nunca en la historia contemporánea.

Y tenían todo para ganar. Imperdonable.