¿Qué quiere AMLO?

         Es difícil ser buenos, hay que ser héroes

                de nosotros mismos.

Carlos Pellicer.

 

Hay confusión cargada de encono, ingredientes que no auguran tiempos mejores. Con diferencia de un día, dos actos políticos corresponden a posiciones extremas. Imposible encontrar la más mínima convergencia. La marcha del domingo, auténtica, cargada de reclamos, señalando incongruencias, exigiendo resultados. El festejo del triunfo electoral de AMLO, a la vieja usanza, respetando el viejo ritual, triunfalista, apoteósico, con señales alarmantes de megalomanía.

México se escinde. Sin importar las proporciones, lo cierto es que la brecha se profundiza en todos los órdenes. El más preocupante, a mi parecer, es el distanciamiento entre el México real y el México legal. Un país que no se identifica con su normatividad jurídica está fallando en lo más indispensable. Podría afirmarse que carecemos de una esencial congruencia. En otras palabras, perdimos rumbo, vamos a la deriva. Son otros los que están definiendo el futuro de México, no los mexicanos.

¿Qué nos pasó? Francois Furet nos sugiere un ejercicio: “Para comprender la fuerza de las mitologías políticas que han dominado el siglo XX, hay que detenerse en el momento de su nacimiento o al menos de su juventud”.

De la Revolución Mexicana emanó un proyecto acompañado de un discurso político. Con graves inconsistencias, se avanzó con estabilidad y desarrollo económico. Muchos presidentes optaron por ser flexibles: preservaron el orden y cuidaron lo conseguido. Había continuidad, que no es poca cosa, en la conducción del país. La excepción fue Luis Echeverría, con quien arranca una supuesta transformación histórica. Desde luego que hubo acuerdos, enhorabuena. En 1988, las coincidencias del PRI y el PAN permitieron la transición democrática.

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 Al arribar al poder, el PAN incurrió en el peor error de un partido político: olvidar su doctrina, alejarse de sus principios. El supuesto retorno del PRI nos arrastró al peor gobierno de nuestra historia. Veamos ahora el presente.

Percibo en el Presidente un grave delirio de grandeza, una abrumadora intención de dejar huella en todo, que más bien se está convirtiendo en heridas que no cicatrizan.

La cultura de López Obrador obedece a una mescolanza de lo que se denomina izquierda, lo cual explica su aversión a quien acumula capital, interpretando a su manera el pensamiento liberal. Hay quienes aseguran que es de izquierda por el apoyo a algunas propuestas de la famélica agenda de esa corriente de pensamiento.

Intenta, además, emular a nuestros grandes personajes históricos sin reparar que entre ellos hay enormes contradicciones en la forma de ejercer el poder. Nadie hoy, salvo por su aparente lucha contra la corrupción, sabe en qué consiste exactamente la 4T. Sin embargo, la explicación de cómo es el actual Presidente no está en lo ideológico, sino en su personalidad, en su carácter, en su manera de ser. Ahí son relevantes su autoritarismo y su obcecada persistencia en sus afirmaciones, aunque los hechos le demuestren lo contrario. En otras palabras, es el político populista que nunca ha faltado en la historia de la humanidad.

AMLO irrumpió como líder de oposición en la vida política de Tabasco en 1988. Desde entonces ha sido factor de disrupción, de conflicto, de ingobernabilidad. Ahora es el titular del Poder Ejecutivo federal. Por el bien de México, deseamos que le vaya bien. Pero, a un año de su triunfo, requiere de un análisis objetivo de su desempeño y de una orientación clara de sus metas y objetivos.

Lo he dicho, nuestra política padece de una grave falla cultural. Las ideas han perdido eficacia y la comunicación entre ciudadanía y políticos está resquebrajada.

Coincido, hay decadencia de nuestras élites de toda índole.

Muchos hablan con gran desprecio de la política y de los políticos, cuando el problema hoy es político y requiere de políticos. Por ahí debemos comenzar.