¿Quién manda aquí?

Especial

Dos resultados concretos se desprenden de lo ocurrido el jueves en la capital de Sinaloa: el gobierno cedió al narcotráfico el monopolio del uso de la fuerza que le otorga la Constitución, y la decisión presidencial de rendir la plaza dañó severamente al Ejército mexicano.

En conclusión, la ciudadanía está indefensa ante los grupos criminales. No cuenta con el Estado.

Hay una lección adicional muy importante para las bandas delictivas que han convertido a México en un país violento, peligroso, intransitable en amplias zonas del territorio: la amnistía se consigue a balazos.

Si el hijo del Chapo se hubiera entregado sin resistir (es decir, sin costos para el gobierno), hoy estaría en una prisión de alta seguridad en Estados Unidos. Como sus sicarios combatieron con saña, fue liberado.

¿Entendemos ahora de qué lado está el gobierno? Del lado de los violentos, porque enfrentarlos implica costos políticos que no le interesa pagar. Así en la seguridad pública como en la educación.

Gozan de impunidad total. Si quieren matar, que maten. Si quiere extorsionar, que lo hagan. Si quieren secuestrar soldados o ciudadanos, adelante.

La prioridad del Presidente parece concentrada en nulificar a sus adversarios ideológicos y amagar con cárcel a los contribuyentes que tienen algún patrimonio, para someterlos a su proyecto político.

Por una extraña motivación ideológica, al crimen organizado lo deja hacer y que pase por encima del último bastión de la seguridad del país: el Ejército.

La 4T es un gobierno para acabar con los contrapesos del poder presidencial y aplastar a sus enemigos políticos. Los narcotraficantes y criminales no están en esa lista.

Nadie más que el Presidente  pudo haber dado la orden de liberar al hijo del Chapo Guzmán, cuando el Ejército y la Guardia lo apresaron en una casa de seguridad en Culiacán.

El gobierno se dedicó a mentir a la población la noche del jueves.

Mentira que una patrulla realizaba un patrullaje de rutina en Culiacán y desde una casa le dispararon.

Falso que por haberse visto en condiciones de inferioridad, el Ejército y la Guardia hayan desistido de su misión y soltado al detenido.

(Ahí en Culiacán está el cuartel general de la Novena Zona Militar, como parte de la poderosa III Región Militar que abarca los estados de Sinaloa y Durango. Elementos y armamento tienen en abundancia. En minutos habrían llegado al fraccionamiento Tres Ríos).

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Hubo una orden de soltar al hijo del Chapo y esa provino del Presidente. Dice que a sugerencia del gabinete de seguridad. Tal vez.

El gobierno mintió al país al señalar a los soldados que “tomaron la decisión de retirarse de la casa”, como dijo a Reuters el secretario Durazo. La verdad es que les ordenaron soltar al Chapito e irse del lugar.

Durante toda la tarde del jueves hubo balaceras de los delincuentes que se apoderaron de Culiacán.

Sembraron el terror, mataron gente, incendiaron vehículos y camiones en desmanes que duraron hasta la noche.

Apresaron soldados, torturaron, ejecutaron, negociaron con el gobierno y lograron impunidad.

Mientras eso ocurría, el Presidente que prometió supervisar personalmente y todos los días la seguridad en el país, tomaba un vuelo comercial a Oaxaca y se desconectó del mundo.

Como colofón, el abogado del hijo del Chapo agradeció el humanismo del Presidente y le dio su respaldo por la decisión tomada (a partir de ahora, a cuidarse los que López Obrador señala como conservadores y adversarios, porque el Cártel de Sinaloa le puede pagar el favor quitándole estorbos del camino).

En las dos ocasiones que atraparon al Chapo Guzmán en la administración pasada, no hubo actos terroristas para que lo soltaran.

¿Por qué esta vez la aprehensión de un muchacho de 28 años puso a Culiacán de cabeza, con fuego, sangre y balas?

Porque al no tocar a los cárteles, el gobierno ha permitido que se robustezcan y formen ejércitos de sicarios aún más poderosos.

Vimos videos lamentables en que soldados llevaron a la práctica, el día de la refriega, lo que dice su comandante supremo: abrazos, no balazos.

Incomprensible resulta la simpatía hacia el Chapo de un humanista como López Obrador, pues lo seduce alguien que mató a sangre fría a personas que ya habían sido torturadas por sus lugartenientes.

El Chapo presenciaba los interrogatorios –como se reveló en el juicio de Brooklyn–, y daba el tiro de gracia.

López Obrador le ofreció apoyo a su familia para que lo visitaran.

Y ahora ordenó liberar a su hijo, luego de que el Ejército y la Guardia lo habían detenido.

Con lo ocurrido el jueves en Sinaloa, el Ejército y la Guardia han quedado severamente dañados. Fueron derrotados. El narco impuso su ley, por la fuerza.

El futuro del país en seguridad es negro. Hay carta blanca para los grandes grupos criminales.

La ciudadanía está indefensa.

Cuando el presidente López Obrador dio el anuncio oficial de la cancelación del Nuevo Aeropuerto Internacional de México, a su lado tenía un libro que en su título llevaba el mensaje a los empresarios: ¿Quién manda aquí?

Sí, él manda en economía e infraestructura, materias que desconoce por completo.

Pero en seguridad pública, por sus atavismos ideológicos, deja que mande el narco.

Su prioridad es deshacerse de los incómodos contrapesos de la democracia.