¿Rendición de cuentas o nuevo “día del Presidente”?

Desde 2005, ningún Presidente de la República ha pronunciado el mensaje político de su informe anual desde la tribuna de la Cámara de Diputados.

El último en hacerlo fue Vicente Fox. En 2006, el presidente Fox fue impedido de entrar en el Salón de Sesiones de San Lázaro por legisladores del PRD —molestos con el resultado oficial de las elecciones presidenciales de ese año— y tuvo que contentarse con entregar el documento escrito de su último informe en el vestíbulo del Palacio Legislativo. Los inconformes justificaron su proceder por el cerco policiaco y militar, dispuesto para impedir que los simpatizantes de Andrés Manuel López Obrador —quienes estaban reunidos en el Zócalo— marcharan hacia San Lázaro para impedir la ceremonia.

A partir de 2007, el informe ha consistido en la entrega por escrito de un documento que resume las actividades del gobierno en el año anterior y una ceremonia, al día siguiente, en la que el Presidente lee un discurso ante una audiencia seleccionada. Incluso se cambió la Constitución para que ésta dejara de hacer obligatoria la presencia del Ejecutivo en la sesión de Congreso General con la que se inaugura el año legislativo.

La ceremonia del informe perdió así una parte esencial de su condición de acto de rendición de cuentas. El contacto entre Poderes, que ocurre cada 1º de septiembre, se limita hoy en día a la entrega del documento por parte de un representante presidencial, que ha recaído en el titular de la Secretaría de Gobernación.

Es verdad que durante muchos años dicha ceremonia fue un pretexto para el lucimiento del Ejecutivo, quien, en los hechos, tenía sometido a los otros dos Poderes. Pero esto había ido cambiando paulatinamente luego del informe de 1988, cuando el entonces senador Porfirio Muñoz Ledo interpeló en su discurso al presidente Miguel de la Madrid.

Es una lástima que no haya podido recuperarse el sentido original del Informe, así como la presencia anual del Ejecutivo ante la soberanía popular representada por el Congreso de la Unión.

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Ayer, el presidente Andrés Manuel López Obrador dijo que no asistiría a San Lázaro el próximo 1º de septiembre —no tiene obligación legal de hacerlo— y que enviaría su informe al Congreso mediante la secretaria de Gobernación. Luego, se realizará un acto en Palacio Nacional en el que pronunciará un discurso. Es decir, López Obrador hará las cosas exactamente igual que sus dos predecesores, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto.

Por el número de legisladores que tiene su coalición en el Congreso, se antojaba posible que este año se diera el regreso del Presidente a San Lázaro. Personalmente, yo albergaba ese deseo porque siempre he pensado que la presencia del Ejecutivo ante el Legislativo tiene un toque de sometimiento que siempre vale la pena tener como país.

Como dijo Muñoz Ledo al responder el informe de Ernesto Zedillo en 1997, y citando el Justicia mayor de Aragón, “cada uno somos tanto como vos y todos juntos valemos más que vos”. Muñoz Ledo era entonces, igual que hoy, presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados.

En el Reino Unido, donde el monarca (desde 1952, la reina Isabel II) asiste anualmente a la apertura de las sesiones del Parlamento, el Caballero Ujier del Bastón Negro, encargado de convocar a los miembros de la Cámara de los Comunes para que asistan a la sede de la Cámara de los Lores, donde ocurre la ceremonia, es tratado con un portazo ceremonial para que no se olvide la independencia de los Comunes respecto del soberano. Ojalá algún día México pueda reflejar este aspecto en la ceremonia del inicio del año legislativo y no se contribuya a reconvertir el 1º de septiembre en el “día del Presidente” por otras vías.