Esta mañana se corrió el rumor de que el jefe de Oficina de la Presidencia, Alfonso Romo, presentó su renuncia ante el presidente Andrés Manuel López Obrador y que éste se negó a aceptarla; más tarde el propio Romo desmintió la afirmación y mostraría su respaldo al mandatario.
De igual forma, el pasado 9 de abril se dijo que el secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard solicitaría el mismo proceso, obteniendo una respuesta negativa. Se comentó que el funcionario no estaba de acuerdo en pasar más tiempo en su oficina que en viajes que promocionan la cultura y el mercado mexicano en el mundo.
Incluso, el mismo día, Raymundo Rivapalacio en su columna anunció que la propia Olga Sánchez Cordero, secretaria de Gobernación, también pretendía desertar de la famosa 4T pues se decía que no estaba de acuerdo con las políticas obradoristas.
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De los tres casos, existe un campo semántico característico en las suposiciones: todos habrían renunciado por culpa del López Obrador, por sus malos tratos, porque los hace trabajar de más y porque no están totalmente de acuerdo en cómo ha llevado estos primeros meses de gobierno.
Parece que no sólo los “mortales” se están arrepintiendo de haber votado por el tabasqueño, el impacto ha llegado hasta su propio gabinete.
