¿Suicidio panista?

Nada cabe esperar de los hombres
que entran a la vida sin afiebrarse por algún idea
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                José Ingenieros

 

No es justo lo que le acontece al Partido Acción Nacional, una institución noble con un origen heroico, surgido con profundo raigambre humanista, con personajes que fueron adalides y apóstoles de la democracia, tenga hoy una dirigencia mediocre, mezquina y mercenaria.

La tragedia se agrava cuando México requiere como nunca de organizaciones políticas que articulen la voluntad ciudadana y con autoridad moral para demandar el cumplimiento de un deber elemental: gobernar con responsabilidad. Así de sencilla es la magnitud de nuestra crisis.

Hace algunos años Diego Fernández de Cevallos hizo una declaración que constituye un mea culpa: “El Partido Acción Nacional tiene solamente acreedores, le debe a todos sus militantes, pero no tiene deudores, nadie le debe al Partido Acción Nacional”.

¿Cuántos de sus beneficiados, a quienes acogió con generosidad, los proveyó de armas para las luchas políticas, los hizo funcionarios públicos, les dio nombre y prestigio para darles relevancia social, lo han abandonado? El balance es una infamia y un ejemplo palpable de ingratitud.

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Un hombre que imponía por su tamaño e integridad, Federico Ling Altamirano, expresaba algo que no me cansaré de repetir: “Puedo imaginar al Partido Acción Nacional sin poder, pero no a México sin el Partido Acción Nacional”.

Carecemos de políticos que asuman con seriedad la profesión. Se asoman, se autoeliminan, se resignan y le dan prioridad a cuidar su pequeño solar del egoísmo cuando una nación se desgarra en tal vez su mayor crisis en todos los órdenes.

Enclavado desde su fundación en los principios de la filosofía social cristiana y del liberalismo, padece una falla que creo es generalizada en los partidos de esa estirpe: cierto repudio a involucrarse en lo público, miedo a ensuciarse con la realidad, obsesión por aferrarse a la pulcritud del ideal. Sepulcros blanqueados, los denomina el Evangelio. Al final, una inclinación a la abstención, al aislamiento y a la consecuente frustración.

La democracia cristiana padece una grave disminución como fuerza política, en Chile, donde fue la campeona al final de la dictadura; en Italia a la cual reconstruyó después de la Segunda Guerra Mundial; en España, impulsando la transición; en Costa Rica, con su aportación a un país ejemplar; en Venezuela, como un factor de cambio; en Alemania, al ser la institución más sólida para el retorno y consolidación del Estado de derecho.

En México, el Partido Acción Nacional ha sido más grande como oposición que como gobierno, nadie le puede regatear su papel protagónico para aprobar las reformas.

Sus ideales han sido más grandes que sus hombres. Es la experiencia de siempre: el contraste entre lo que se concibe como un fin y la terca realidad que persevera en su inmutabilidad.

Hago un paréntesis. Ha sucedido un milagro: el PAN en Puebla se sumó a la candidatura a gobernador de un hombre a quien debemos apoyar: Enrique Cárdenas Sánchez. En ese estado la lucha es entre la civilización y la barbarie. Coadyuvar al triunfo de una persona honesta, profesionista ejemplar y exrector de una institución de educación superior es darle aliento a la esperanza.

El próximo sábado se efectuará una sesión del Consejo Nacional panista. Se intentarán, espero no lo logren, acciones tendentes a concentrar el poder, a aparentar correcciones, a cuidar intereses, a falsos llamados a la unidad. Confío en que surjan voces disidentes.

Retorno a Ingenieros y su obra El hombre mediocre (que con tanta fecundidad prolifera en la política): “Los hombres sin ideales son cuantitativos, pueden apreciar el más y el menos, pero nunca distinguen lo mejor y lo peor”.

El hombre con ideales es cualitativo, un Partido Acción Nacional sin ideales deja de ser el Partido Acción Nacional. Sus propuestas son más vigentes que nunca. El principio de la dignidad es un luminoso faro. No basta con indignarse, hay que comprometerse.