“TE CONDENO AL OLVIDO…”

Los nombres tienen fuerza. Tanta que por momentos parece magia. William Shakespeare, en boca de Julieta Capuleto, reflexiona sobre el contenido de un nombre, capaz de condenar un romance, por el simple hecho de pertenecer al enemigo: Romeo Montesco. Los nombres de las celebridades tienen tanto peso, que ya no requieren apellido: Leonardo, Miguel Ángel, Angelina, Brad o Britney. Con un simple nombre, sabemos perfectamente a quién se refieren. Hay quienes sus nombres son recordados milenios después de que hayan existido como Homero, Tutankamón, Cleopatra o Marco Antonio.

Sabiendo del peso de los nombres y del narcisismo de los criminales, la Primer Ministro de Nueva Zelanda Jacinta Ardern, después de los terribles atentados de hace unos días en su país, manifestó que no volvería a mencionar el nombre del terrorista que asesinó a más de 50 personas en dos mezquitas de Christ Church. “El es un terrorista. Es un criminal. Es un extremista”, dijo la neozelandesa, pero cuando lo mencione, no tendrá nombre”. Ardern explicó que una de las motivaciones de estos criminales es tener notoriedad, (sí, hay quienes quieren ser famosos aún a costa de los hechos más despreciables) por lo el no mencionarlos es quitarles algo que, para estos narcisistas, es un importante.

Por novedoso que parezca, el despojar a un criminal de su nombre y condenarlo al olvido no es nada nuevo. Después del asesinato de Lennon se hizo un esfuerzo para no mencionar le nombre del asesino. Muchos, muchísimos años antes, en el senado romano, se borraba de la historia el nombre de los traidores. El Damnatio memoriae implicaba que además de la prohibición de la mención del nombre borrarlo de los documentos oficiales y de ser posible, reescribir la historia.

El primer ejemplo del Damnatio Memoriae, lo tenemos en el Antiguo Egipto. El nombre de la reina-faraón Hatshepsut fue borrado sistemáticamente de los anales y edificios egipcios. Las estatuas de la reina fueron despojadas de su rostro, al igual que las pinturas de los templos. Su nombre ni siquiera es mencionado en la lista de los reyes, negando la existencia de su persona y su reinado.

Jacinda Ardern señaló que al hablar de la tragedia, era mejor mencionar los nombres de los que perdieron la vida, en vez de el nombre de quién los privó de ella. “El pudo haber buscado la fama, pero nosotros, en Nueva Zelanda, no le daremos nada – ni siquiera su nombre”. La determinación de Ardern de no pronunciar el nombre del asesino, ha sido seguida por medios de comunicación como la BBC, entre otros.

El manejo que la Primer Ministro a tenido de la crisis ha sido reconocido por sus propios adversarios. Ha mostrado su lado compasivo al acompañar a la comunidad musulmana en la tragedia; a la vez que ha buscado cambiar las leyes de obtención de armas. Jacinda ha resultado ser un ejemplo de lo que un político progresivo debe ser.

Debemos recordar a quienes merecen serlo, a quienes dejan huella y realizan algo extraordinario, no para quienes buscan ser reconocidos por sus atrocidades. Para ellos es el Damnatio memoriae. Condenarlos al olvido es lo más sabio que podemos hacer. Gracias Jacinda Ardern por recordárnoslo.

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