Una mayoría sumisa

En unos días más se instalará la nueva Legislatura del Congreso de la Unión, y las expectativas que tengo respecto a sus resultados son, francamente, magras. Esta apreciación es, sobre todo, resultado de su composición partidaria. Me explico: La Cámara de Los Diputados reflejará una clara mayoría para la coalición que conduce López Obrador, y en el Senado no será diferente. La oposición priista, panista, perredista ha quedado sensiblemente reducida, y parecería –así pensaran muchos– que poco podría hacer para evitar que las ocurrencias y necedades del nuevo presidente se conviertan en leyes, y menos aún, para sujetar su gobierno a controles institucionales.  Esta situación será muy parecida a aquella que la oposición vivió en nuestro país durante los años más oscuros del régimen de partido de Estado.

En ese tiempo no tan lejano, la mayoría de los legisladores de la oposición ejercían plenamente su libertad, expresaban con contundencia sus discursos reclamando la justicia, la razón, la libertad, y, sin embargo, todos sus argumentos chocaban ante una enorme y gruesa pared, que, construida por el poder arrogante, parecía imposible de horadar.

¿Infranqueable, invencible? ¡Parecía, ciertamente! Y, sin embargo, a golpes de razón, de inteligencia, con reformas permanentes, se pudieron abrir las pesadas y enmohecidas puertas del poder absoluto.

Yo fui diputado de una de esas legislaturas en donde la oposición se instalaba con un número muy reducido de Diputados, muchos menos de lo que serán ahora, lo que, por cierto, no mermaba el entusiasmo para presentar iniciativas, para realizar denuncias, para señalar a los corruptos, pero especialmente, para evidenciar lo anacrónico y obsoleto del régimen priista.

Los diputados que representamos a la izquierda y a la oposición, en términos generales, fuimos producto de las jornadas de lucha de los jóvenes del 68, y del esfuerzo de muchos hombres y mujeres, que, durante décadas, enfrentaron al poder priista hasta conquistar libertades y derechos civiles. Podíamos presentar nuestras ideas desde la tribuna, hablar en las plazas sin ser reprimidos y encarcelados, participar en las manifestaciones sin ser perseguidos,  votar con libertad, derrotar al oficialismo en las urnas, y todo ello como resultado de las grandes reformas democráticas que fueron impulsadas por los pequeños partidos opositores, por ese reducido grupo de legisladores, hombres y mujeres, que haciendo uso pleno de su libertad, nunca se rindieron ante la mayoría irracional, ignorante, sumisa, igual, por cierto, a la que ahora se instalará en el Congreso.

Y para que nadie se llame a sorpresa, la presidenta del partido del oficialismo, ha advertido a sus legisladores que su tarea será atender las indicaciones del presidente, que las corrientes de pensamiento estarán prohibidas para ellos, y que su capacidad de legislar estará determinada por quien represente a López Obrador. Esto es: El Congreso, como en el viejo régimen, será una extensión del poder presidencial.

Esto por lo que respecta a la tarea, tan importante, como lo es la de legislar. Pero no es esta, por mucho, la más importante responsabilidad del Congreso en un sistema Presidencial (degenerado en presidencialista) como el que tenemos en México. En realidad, la función de mayor trascendencia y relevancia es la de constituirse en poder de control del ejecutivo. A pesar de los esfuerzos de una parte de la oposición, no lo ha podido ser, y en realidad la Auditoría Superior de la Federación, que en teoría es un órgano dependiente de la Cámara de Diputados no ha podido conformarse como un verdadero instrumento de control de las acciones del presidente. Tantas denuncias, múltiples investigaciones llevadas a cabo por la Auditoría, tantas evidencias de corrupción por parte de altos funcionarios en la administración pública federal, y en los hechos… ¡mucho ruido para tan pocas nueces! Algunos funcionarios de poca monta sometidos apenas a sanciones administrativas ridículas. ¿Cuantos funcionarios de la administración federal están detenidos, juzgados y sentenciados por el gigantesco fraude identificado como la “estafa maestra”? ¡Nadie!  Porque no ha habido un verdadero contrapeso político al ejecutivo y menos aún un control estricto y eficaz sobre el gasto público.

Si esto sucede con Peña Nieto, aun con la presencia de una oposición fuerte y numerosa en Cámara de Diputados y en el Senado; con una prensa activa en la denuncia; y con una ciudadanía indignada en contra de los actos de corrupción, imagine entonces estimado lector, que sucederá a partir del próximo diciembre, con una mayoría congresual totalmente sometida, entregada al presidente; con una oposición tremendamente debilitada; con un procurador general de la república esperando instrucciones del ejecutivo; con una la prensa y medios de comunicación doblegados ante el caudillo. Pero lo más delicado aun, es el hecho de que una gran mayoría de la población se encuentra esperanzada (esperando) ilusionada, y creyendo (literalmente) que con López Obrador en la presidencia será erigido “el reino de los cielos en la tierra”.

Eso, evidentemente, no sucederá, y mucho más pronto de lo que AMLO supone, el desencanto de la gente se presentará con grandes impactos sociales y políticos. Pero lo que ahora importa atender, es que la parte más importante del poder en una República, es decir el Congreso, la representación popular, la expresión de la soberanía de la nación, se convertirá en un apéndice del presidente y ello reflejará como nada, la restauración por López Obrador, del viejo régimen priista.

¿Que podría resistirse a este sombrío panorama para el Congreso? Una posibilidad es que la oposición democrática (la liberal y la izquierda progresista) unifiquen fuerzas y estrategias en el Congreso para hacer prevalecer el interes superior del País por sobre intereses partidarios. En ello jugaran un papel importante compañeras y compañeros progresistas de varios partidos e independientes.  Parece difícil esto, pues en el panismo se impone una reacción muy conservadora vinculada a poderes políticos de la iglesia católica y de la derecha más atrasada, y en el PRD continúa hegemonizando un grupo de liderazgos identificados con interes mezquinos, y por lo tanto con el deseo, que le brota a flor de piel de acordar con AMLO para ser perdonados. Esos intereses conducen los grupos parlamentarios en ambos partidos.

No es fácil el panorama del Congreso y ello es una pena para el País.

 

Jesús Ortega Martínez