¿Y dónde está el aeropuerto?

“¿Hay alguien abordo que sepa cómo volar un avión?”

Julie Hagerty, como la sobrecargo Elaine Dickinson.

¿Y dónde está el piloto? (1980)

 

Son tantos los enredos en torno de la construcción del Nuevo Aeropuerto Internacional de México, que a ratos parece que uno está viendo una comedia, de esas en la que las cosas se dicen con tono serio cuando en realidad se está haciendo un chiste.

Pero no hay nada cómico en no saber qué va a pasar con una obra monumental como el NAIM. Y no se sabe porque su suerte se decidirá en una consulta, que no tiene carácter oficial alguno y que, al momento de escribir estas líneas, desconocemos cómo se va a realizar, cuánto va a costar y qué pregunta(s) se va(n) a hacer a los ciudadanos para resolver la cuestión, entre muchas otras cosas.

Hoy jueves estamos a exactamente dos semanas del inicio de la consulta –esta semana se dijo que se realizaría del 25 al 28 de octubre– y hay cosas básicas que no se han resuelto.

Por ejemplo: el equipo de transición dice que quiere una segunda opinión sobre si es posible seguir operando el actual aeropuerto capitalino y, simultáneamente, uno que se construiría en los terrenos de la Base Aérea Militar de Santa Lucía.

Esto es porque, por alguna razón, desconfía del dictamen técnico que ya emitió, en sentido negativo, la corporación MITRE, máxima autoridad en la materia, y, por ello, encargó un nuevo estudio a especialistas franceses, cuyos resultados se conocerían el lunes, diez días antes de la consulta.

Por otro lado, el lunes pasado, en un video que fue colocado en sus redes sociales, el presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, dijo que de ninguna manera aceptaría el nuevo gobierno pagar los 88 mil millones de pesos en recursos públicos frescos que supuestamente pide el fideicomiso que construye el NAIM en Texcoco, y que la única manera de que ese proyecto pudiera seguir adelante es si la obra se concesiona y lo termina el sector privado.

Luego de decir eso, López Obrador agregó: “Pero eso lo va a decidir la gente”.

Con todo respeto, es difícil que la gente pueda tomar una buena decisión sin saber: 1) si realmente es posible operar simultáneamente los aeropuertos Benito Juárez y Santa Lucía y 2) si el sector privado realmente pondría todo el dinero que falta para terminar los trabajos en Texcoco.

¿Qué pasaría si la gente vota por Santa Lucía y luego resulta que ninguna aerolínea quiere volar ahí por cuestiones de seguridad, o que la gente vota Texcoco y que no hay dinero público para concluir la obra, como ya advirtió López Obrador, y nadie más le quiere entrar?

Pero así estamos, a dos semanas de una consulta sobre un tema fundamental para el desarrollo del país, con huecos informativos básicos.

Imagine usted que el 17 de junio pasado no hubiéramos sabido quiénes eran los candidatos presidenciales para las elecciones del 1 de julio ni dónde se iban a imprimir las boletas ni cuánto iba a costar la votación ni dónde estarían las casillas.

El próximo gobierno fue elegido por una amplia mayoría de votos. Tiene plena legitimidad para tomar las decisiones a las que está autorizado por la Constitución y las leyes reglamentarias.

En ese sentido, ojalá se dejara de consultas –que legalmente no tienen valor alguno– y asumiera la decisión que, a su juicio, más conviene a México.

Si es seguir con el NAIM en Texcoco y en qué condiciones, hacerlo. Si es cancelar esa obra, y pagar todo lo que se tiene que pagar por ello, adelante.

Todo esto parece una comedia y debe cesar. Sólo falta que aparezca Leslie Nielsen en escena. Y a veces creo haberlo visto.

El espectáculo que estamos dando al mundo es bochornoso. No es el de un país que cuida sus recursos, sino uno que no se puede poner de acuerdo en cómo y dónde hacer un aeropuerto, algo que muchos países hacen sin mayor problema.

Pero no sólo no es chistoso por eso, sino porque un país debe cuidar su credibilidad ante los mercados. Sobre todo, en tiempos de alta volatilidad económica.

Ayer, en su reunión anual, en Indonesia, el Fondo Monetario Internacional advirtió a los mercados emergentes de los riesgos en la estabilidad financiera mundial propiciada por la subida en las tasas de interés en Estados Unidos y otros motivos.

Una mala señal, que mande un mensaje de desconfianza, puede provocar desde una salida de capitales –como lo acaba de experimentar Italia– hasta una pérdida en el apetito de inversión y, con ello, una caída de nuestra moneda.