¡“NO QUIERO MORIR”, GRITO A UN PRESIDENTE SORDO!

Sería un escándalo en toda democracia de contrapesos saludables, el grito de niños con cáncer y de sus padres que, sea en redes o en las calles –incluido el Aeropuerto de CDMX–, suplican por ayuda.

Sería un escándalo –en una sociedad respetuosa de la vida–, el video de Erick, de 10 años, que se hizo viral al exclamar que no quiere morir; reproche contundente al presidente López Obrador, que no escucha más allá de su soberbia y su egolatría enfermizas.

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Sería un escándalo que –por caprichos sexenales–, una democracia decidiera sacrificar los programas de salud para enfermos con cáncer –niños, mujeres, adultos y viejos–, a los que esa democracia olvida y condena a la muerte sin esperanza, por el falso dilema del ahorro presupuestal para dedicar ese dinero a la compra de conciencias, mediante el feo clientelismo electoral.

Sería un escándalo que la misma democracia que sacrifica a niños, mujeres, adultos y viejos con cáncer, también decida despedir a enfermeras y médicos; decida cortar la cadena del suministro de insumos y medicamentos para la atención de miles de niños, mujeres, adultos y viejos que tenían en el sector salud la única esperanza de cura y de paliativos para la agresividad de los distintos tipos de cáncer que los afectan.

Sería de escándalo y rayaría en “un crimen de Estado”, en una democracia saludable, que con el argumento demencial del ahorro se haya suspendido la compra de vacunas para prevenir enfermedades de la pobreza –como el sarampión, entre otras–, que ya habían sido erradicadas en México.

Sería de escándalo que mientras un gobierno retira presupuesto para medicamentos y atención a enfermos de cáncer, defienda la impunidad de los criminales con el argumento de que “son pueblo y el Ejército no reprime al Pueblo”. 

Y sería para escandalizar a la sociedad toda –en una democracia sana–, que mientras el partido en el poder, Morena, se regala un edificio nuevo, de cientos de millones de pesos –el nuevas teatro para coronar sus guerras de poder–, los niños con cáncer, las mujeres y los adultos con un padecimiento oncológico, deban suplicar en las calles.

En efecto, todo lo anterior sería de escándalo en una democracia sana, funcional, de contrapesos saludables y de ciudadanos libres de los atavismos del fanatismo imperante.

Sin embargo, a nadie escandaliza y tampoco importa que el Estado haya abandonado a los niños con cáncer; que esos niños deban recurrir a las redes para despertar la conciencia social que todos los días se extingue; para clamar por un poco más de vida en una sociedad ciega, sorda y fanatizada.

Y a nadie escandaliza porque, a su vez, la mexicana es una sociedad enferma de otro tipo de cáncer; el cáncer que ha significado el fanatismo de un gobierno ineficaz y el clientelismo insaciable que devora el dinero público existente para la compra de conciencias; el cáncer que ha dejado sordos y ciegos a muchos medios que no cuestionan sino que aplauden.

Cáncer que provocó ceguera y sordera entre legisladores de todos los partidos –sobre todo entre diputados federales, locales y senadores de Morena–, que no mueven un músculo para gritar por las arbitrariedades, las injusticias y la sinrazón de una deidad presidencial que, a la menor réplica, los puede dejar fuera del paraíso.

Cáncer que ha provocado ceguera y sordera entre los Tres Poderes de la Unión –Legislativo, Ejecutivo y Judicial–, y cuyos responsables nada hacen ante la grave crisis por el abandono del sector salud todo; de los enfermos de cáncer en particular y de la salud de los que menos tienen, en general.

¿Por qué a casi nadie escandaliza el drama de los niños con cáncer, la pérdida de libertades como la de expresión, la explosiva epidemia de violencia y de crímenes en general; por qué son pocos los que cuestionan a un gobierno ineficaz que ha catalizado el desempleo, que anula el crecimiento, el desarrollo y desestimula la inversión?

Y no son un escándalo esos dramas porque nos hemos convertido en una sociedad ciega y sorda, con un presidente y un gobierno ciegos y sordos, en donde el Estado ya no protege la vida y los bienes del ciudadano sino de los criminales y en donde el ciudadano se cuida de la violencia ciudadana.

En pocas palabras, asistimos la muerte de la democracia y nadie se escandaliza.

Al tiempo.